<<Sé feliz>> Esa vacua frase le taladraba aún el seso. El hecho de que las personas le hubieran repetido constantemente esa "bendición" el día de su boda le resultaba tan tétrico. Es como si no hubiera cabida para el fracaso. El hecho de que uno tuviera que mantenerse siendo feliz...mantenerse siendo...¿no es Dios el único con la facultad de mantenernos siendo?, ¿qué dirían los cartesianos? Pero, Dios no nos mantiene felices, ni siquiera nos hace felices, nosotros debemos ir forjando los cimientos de lo que creemos que es la felicidad, en dado caso ¿para qué necesitamos a ese tal Dios? Cuantas preguntas le desató esa frase que todos soltaban con una sonrisa en los labios y ella encontraba en esas muecas una razón para asustarse cronicamente. Le aterraba el optimismo con el que la gente se suele manejar diciendo estupideces que suenan bien sólo porque suenan bien...En este momento creía que todo sería más simple si no nos educaran para creer que el fin último del hombre es la felicidad, ¿por qué habría de tener una finalidad el hombre? Pensó. Puede ser que la existencia sea un absurdo. No está el hombre en el centro del Universo y claro está, éste no está hecho para él. Sin querer se encontró sonriendo al pensar el alboroto que causaría en sus compañeros aristotélicos semejante comentario. La fugaz sonrisa murió en el instante que fue consciente de la posición en la que estaba con la ciudad que le resultaba tan desconocida frente a ella. Esa ciudad a la que había ido a parar después de cruzar medio mundo, esa que la miraba socarronamente cuando balbucea con dificultad ese idioma tan ajeno. <<No te preocupes, estaré contigo. Lo haremos juntos>> había dicho él y ella le había creído. Ahora que lo pensaba bien se sentía muy patética por haber renunciado a todo lo que conocía para seguir a una persona. Dejó su trabajo, tomó su papel de amadecasa-mujerenamorada, después, desconcertada y horrorizada por la novedad aceptó colocarse solemnemente el antifaz de madre. Y ahí estaba en la azotea de un edificio desconocido, en una ciudad ajena, con rostros ajenos que se giraban enseguida para mostrarle espaldas aún más ajenas, sin ningún amigo, sin nada más que su vientre abultado, un zapato y una constante punzada en el rostro.
El viento le alborotaba el cabello engatuzadoramente. Sentía su beso frío estrellarse en los caminos que habían dejado sus lastimeras lagrimas, lagrimas que estaban dirigidas únicamente a ella, en memoria de lo que algún día había sido, porque definitivamente no hay nada más insoportable que traicionarse a uno mismo, tener que lidiar con ese rostro traidor todos los días. Bajo su pie descalzo sentía la gélida superficie color terracota, ese color que se asemeja a la sangre seca, al menos algo parecía siempre constante: ese color. Cerró los ojos y lamentó aquel momento en que renunció a su manera de vivir. Es estúpido cuando le confieres tanto poder a las personas como para que éstas se tomen la libertad de cambiarte las gafas con las que ves la vida. Por supuesto que todo sería más fácil si nunca hubiera cedido. La vida era cómoda cuando no tenía ninguna esperanza, ninguna expectativa. Pero no, tenía que flaquear, tenía que creer en las palabras de él insistiéndole que la amaba, que él no era como los demás, que la vida puede ser buena, que era amor lo que sentía, que quería estar con ella el resto de la vida porque ella le importaba realmente ¡pero qué basura! Esas cosas no son reales, esas son cosas de literatura, esas son las mermeladas con las que los escritores embarramos alguna historia, y ella lo sabía, sabía que en la vida real el amor (si acaso es eso) dura un par de años y que sólo algunos mortales tienen la dicha de probar. En la vida de los hombres que sangran y mueren de hambre no hay tiempo para ideales. Ella, que había visto de todo en el hospital donde dedicó una parte significativa de su vida, ella no podía darse tiempo para fantasear como adolescente. Un niño de siete años con dos costillas rotas porque su madre lo agarró a patadas, un bebé con unas horas de nacido encontrado en un bote de basura, un anciano de 73 años deshidratado y desnutrido porque sus hijos lo han encerrado en un cuarto esperando que muera, un pedazo de hombre que dejó tras de sí un automovilista ebrio que por cierto tuvo la destreza suficiente para huir a pesar de su condición... <<Eres demasiado lúgubre>> solían decirle y ella los miraba con una genuina incomprensión, les dedicaba una mirada vacía y les daba la espalda. La gente que no ha visto morir a un niño apuñalado por su padre puede darse el lujo de decir babosadas rosas, ella no era pesimista y si lo era ¿cómo no serlo? El mundo no es un lugar amable, al menos no el mundo de los hombres. Pasan cosas terribles todos los días y lo más terrible es que las miramos con ojos grises, pensaba.
Así era su ex-mundo, entre tripas de fuera, huesos expuestos y uno que otro moretoncillo, siempre prevaleciendo el color sanguinolento dentro de ese panorama gris. Y entonces, llegó él, con sus oleos y sus pasteles importados, con toda su parafernalia de juegos de luz y técnicas sensuales. Ahí estaba él, pintándole asombrosos paisajes llenos de los colores más alegres, haciéndole cosquillas a sus sentidos dormidos, bajando sus defensas con pinceladas y caricias, palabras de Benedetti y esas artificiosas jugadas que pensó sólo usaban los poetas y los escritores. Pues no, ahí estaba ese hombre haciendo uso de esos artificios y derramando miel en su oído: <<...no ya para que acuda presurosa en mi auxilio, sino para saber a ciencia cierta, que usted sabe que puede contar conmigo.>> Y ella hizo el trato. Cruzó por la puerta dibujada hacia la vida común. Él le construyó un mundo de trazos dinámicos, no le pintó la luna ni las estrellas, todo era terrenal, su especialidad era el realismo. Despojándose poco a poco de la incredulidad se dejó embarrar de azul de Prusia. A ese hombre le había creído lo que no le había creído a nadie más, lo que siempre había escuchado, pronunciado en el mismo tono, con el mismo brillo en los ojos que tienen todos los hombres cuando consideran algo bello y digno de ser deseado por ellos. Ella le creyó, le creyó por alguna extraña razón. —Razón que no le hubiera parecido tan extraña si por esos entonces supiera todo el peso de la palabra "retórica"— Todo aquello que ella sabía que no existía a él se lo creyó, tal vez por la exquisitez de detalles que le dibujaba, tal vez porque creyó encontrar un cómplice, y se sintió tan amparada cuando el citaba <<Compañera, usted sabe...>> ¡Compañera! La tentación de poder abrazar a alguien y sentirse simplemente acompañada... Sintió que podía hacer una tregua con la vida, que el mundo no era pura tragedia y que el hombre no es pura estupidez. Ella, que creía fielmente en el placer del momento y nada más, se encontró creyendo que podía compartir su vida, que la vida no es sólo para dedicarla a curar heridos de bala y atender partos de adolescentes desorientadas. Se recordó que también atendió a mujeres que habían planeado al bebé que llevaban en las entrañas con sus amorosos esposos al lado besándolas en la frente y procurándolas. En el mundo también había personas que donaban órganos a un familiar o a un desconocido, había también quemaduras de segundo y tercer grado adheridas a la piel de buenos cristianos que se habían arriesgado por otro ser humano. Había razones para tener fe, sí fe.
Entre aguarrás y acrílicos una mujer de mirada gris y un creador de mundos coloridos hicieron el amor como locos. El mundo que él le había pintado a ella estalló y culminó en un departamento alquilado en un paraíso extranjero y un matrimonio en regla, con todas las formalidades: para siempre, la fidelidad, firme aquí, te amaré por siempre, firme allá, hasta que la muerte los separe, que pase el siguiente.
Sintió una patadita que invocó lagrimas que se precipitaron revoltosamente en sus ojos negros. Acarició su vientre redondo y suspiró. La vida era así, <<estas cosas pasan>> dijo dirigiéndose a la forma viviente que estaba dentro de ella, pero realmente intentaba convencerse a ella misma. Desde aquel lugar podía contemplar la ciudad, cubierta de un asqueroso velo de nata tóxica. ¿Realmente vale la pena vivir en un mundo así? Cerró lo ojos para inhibir las lagrimas. Sintió el frío abrazándole el cuerpo. Vaya que había pasado tiempo desde que no sentía un abrazo tan sincero como el de aquel viento voraz que le alborotaba el vestido y que canturreaba la promesa de una tormenta. Tenía tanto frío. Deseo volver a los días sumergidos en la monotoneidad de la no-sorpresa. Otra patada. <<Ya, ya>>. Intentaba consolar a ambas, sin embargo no encontraba frase lo suficientemente optimista para menguar todo ese panorama desolador que se le presentaba como un cuadro caravaggista. No podía creer lo que le estaba pasando. Apenas doce horas atrás aún se encontraba engolosinada por la ofrenda que creía tan a la mano, esa ofrenda que creyó le tendía la vida. ¡Pobre, vaya jugadas que da la vida! Se encontraba sumida en el escepticismo más absoluto, no en el que antes vivía, donde estaba segura que no hay fin último ni ninguna promesa parecida. Ahora se enfrentaba al patético escepticismo de "esto no me puede estar pasando, no a mí" ese patético sentimiento de sentirse diferente, de creerse inmune. No obstante, es difícil dudar de la autencticidad de los hechos cuando el dolor se pega a la piel y succiona la vitalidad miserablemente, el muy sádico se empeña en aplastar el pecho y pareciera que quiere que la caja torácica reviente. <<No, no puede ser.>> Todas esas preguntas que le revoloteaban como zopilotes intentando tragarse su cordura y que a final se concentraban en una: ¿por qué? <<No, no, no puede ser real, tanto dolor no puede ser real.>> Pero era real, era ese dolor que arde y quema porque está mezclado con la humillación, el menosprecio, la rabia que causa la traición. No hay nada más real.
-La fidelidad no tiene nada que ver con el amor.- Había dicho él como si eso fuera un argumento valido.
No supo que podía contestar a eso, no creía que fuera en serio semejante afirmación. Se le amalgamaron cientos de preguntas, no dijo ninguna. Pero, si no tiene nada que ver ¿por qué le dolía tanto? Si no tenía nada que ver ¿por qué lo había ocultado?, si no era malo ¿por qué estaba penado por la ley? Pero sobre todo ¿por qué le desgarraba?, ¿por qué hacia harapos su autoestima, su dignidad y su amor por él?, ¿por qué si no tiene nada que ver?
-Es que las mujeres no entienden de eso, siempre se ponen tan melodramáticas. Es sólo sexo.- Siguió escupiendo él, creyendo que el silencio de ella significaba que ésta lo estaba sopesando.
-¡Ah, entonces permiteme que entienda. En la próxima oportunidad me tiraré al primer tipo que se me pase enfrente, total no tiene que ser guapo, es sólo sexo!- Estalló ella, no soportaba tanta desfachatez. No era cinismo de su parte, era crudeza vestida de desesperación. Claro que no pensaba hacerlo, sólo lo decía porque le ardía el alma.
Lo siguiente que le ardió fue la cara, sintió como se le reventó el labio y el sabor salado de su sangre. Tardó varios segundos en entender lo que había pasado.
-¡Maldita puta, no me hables así. Antes te mato..!
Pero ¿qué...? Sus cables originales empezaron a reaccionar. Este maldito la había golpeado, le había visto la cara pero no soportaba ni siquiera que ella lo insinuara. La golpeó cuando había jurado que la cuidaría, se había acostado con alguna mujer que sí merecía ser llamada "maldita puta" pero a ella, a la madre de su hijo que lo siguió al otro lado de la Tierra era a la que llamaba así. ¿Quién era este animal que tan lejano estaba al hombre inteligente y "evolucionado" que le había pintado un portal para hacer tregua con la vida? Era él el concreto mutando en el universal, en la bestialidad, en los instintos más básicos. No lloró, aunque la cara le ardía y la cabeza casi le gira completamente por el impacto. Sintió rabia, sintió asco cuando él se arrodilló y empezó a disculparse. Ella sólo sintió la necesidad de huir, huir de toda esa porquería, se dio la vuelta y empezó correr. Perdió un zapato en la calle pero no dejó de correr. Corría mientras la gente la miraba, los hombres le miraban el rostro, pero no como antes, no la miraban porque fuera hermosa, la miraban porque era una mujer embarazada con un zapato y el rostro sangrando. Se sintió tan común, ya no era la mujer que miraba el mundo gris, ya era ella una masa gris, parte del gris del mundo. Caminó sintiendo la pobreza en su corazón ¡ah, cómo lloró su corazón!
Llovizna fresca empezó a estrellarse en su rostro purificadoramente. El vestido estaba inquieto en aquella altura. El agua resbalando por su piel la hizo sentirse otra vez ella. Se recordó que realmente no conocía finales felices, ¿por qué se le ocurrió que ella sería la excepción? Esos meses habían sido una siesta narcótica, debía recobrarse y ver las cosas fríamente, como ella sabía hacerlo. Necesitaba un marido que la mantuviera a ella y a su hija que estaba a un mes de nacer. En ese país donde no conocía a nadie no podía darse el lujo de ponerse digna. Recordó el perseverante consejo que la abuela daba a todas las mujeres: "ay mijita pues él es tu marido y te tienes que aguantar" y sí, ante los ojos del supuesto Dios y ante la ley él era su marido. Las mayoría de las mujeres toleran la infidelidad a cambio de ser mantenidas, ella bien podía ser parte de esa estadística, no sería feliz pero la mayor parte de su vida estuvo convencida de que eso no existía. Si ya era una más de las figuras grises no importaba ser parte de las estadísticas también. Abrió los ojos y suspiró, el mundo era de un gris nítido, miró hacia abajo, era un edificio como de veinte pisos, por primera vez en todo ese tiempo sintió vértigo. Ahora todo estaba muy claro, entendió porque se suele decir que si te vas a suicidar no lo pienses demasiado. Cuando subió ahí no se veía tan alto el edificio y el cemento bajo sus pies no parecía tan resbaladizo. Empezó a sentir taquicardia, su hija se movió, también se sentía inquieta. Respiró profundamente, todo ese tiempo había estado parada, sin sujetarse de nada, con las manos a los costados, simplemente parada pensando y sintiendo demasiado en ese espacio de treinta centímetros de ancho. Ahora, esa estrecha barda que tenía la finalidad de hacer de aquella azotea un lugar seguro empezaba a encogerse y se le ocurría que era el lugar menos propicio para suicidarse, uno podía caer por accidente. Comenzó a moverse muy lento, lo principal era ponerse en cuclillas para que sus manos sintieran las seguridad de lo firme, así lo hizo, lentamente. Le pareció una eternidad, eternidad en la que el viento soplaba y lo que antes había sido un abrazo quería convertirse en empujón. A pesar de los intentos del viento, logró poner las puntas de los dedos en aquella superficie húmeda y fría. Suspiró aliviada. Una contracción <<!Ahhg! No, no.>> Pensó, otra vez escéptica. Otra contracción, el dolor la hizo doblarse bruscamente, con una mano se agarró el vientre y con otra se aferró a la firmeza de aquella barda. <<No, no, bebé, aguanta... mami, no puede tenerte ahorita.>> Su hija se encaprichó y quería nacer ahí, mientras mami estaba al borde de un edificio pensando en suicidarse. <<No, no me hagas esto, aguanta.>> Una tercera contracción la hizo contorcionarse y ponerse de rodillas y... quisiera decir que pudo mantener el equilibrio, pero este no es un cuento donde hay finales felices. Esta es una narración real de un suceso real sobre una mujer viviendo una vida real. Y, como en la vida real es mucho más poderosa e infalible la fuerza de gravedad que cualquier decisión humana... ciertamente perdió el equilibrio.
*
-¿Te enteraste que se mató la mexicana del departamento de al lado, la embarazada?
- Sí. Dicen que era muy depresiva, las mujeres así no deberían embarazarse.
-Sí, pobre criaturita, ella no tenía la culpa de que su madre estuviera loca.
- ¡Ni que lo digas! Pero yo siento más pena por el viudo, pobre, tanto que la quería. No ha dicho nada desde la tragedia. Dice la vecina de a un lado que lo único que dijo fue "Era mi vida, la amaba demasiado, pero ni hablar, es obvio que ella no me amaba tanto por eso me hizo esa canallada, pero ya la perdoné."
- ¡Ah, que tierno! Mira que expresarse así cuando esa le jugo tan chueco. Menos mal que no era varoncito, sino imagínate ¡pobre hombre!
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