Presentación

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domingo, 16 de octubre de 2016

Los laberínticos prejuicios



Sería demasiado prejuicioso decir que yo, por hablar de los prejuicios, no sufro de los mismos. ¡Vaya problema saber cuáles son los propios prejuicios! ¿Cómo descubrirlos? ¿No suena demasiado prejuicioso el querer saber cuáles son mis prejuicios?, ¿para qué saber cuáles son nuestros prejuicios? No piensen mal de mí, no estoy prejuiciado en lo que se diga de mí y eso no influye como una flecha en mi escritura. Aunque si no estoy prejuiciado, eso quiere decir que mi escritura en ningún sentido es un acto público, gestado desde mi contexto, reconfigurado en mí, por mí, y luego revuelto en un ensayo o reflexión aquí, en estas líneas. ¿Toda escritura es un modo de compartir prejuicios o de atacarlos? Supongo que los escritores oscilan enceguecidos entre prejuiciar y desprejuiciar a sus lectores; se prejuicia cuando se solidifican los prejuicios compartidos, se desprejuicia cuando se logra hacer pensar de otra manera las cosas a quienes leen a los escritores. Pero no sólo en el contenido se prejuicia, también se hace en el modo de compartir el contenido. Por ejemplo, he visto que entre las núbiles almas, recién comprometidas a Sofía, que gozan de reflexionar, siempre tienen el prejuicio de generalizar. El hombre es tal, el mundo es tal, la existencia es terrible, etc., gritan y estimulan a gritar por doquier. Puede ser que su idea no sea un prejuicio, pero a veces sólo la tratan como tal. Vaya ironía prejuiciarse con lo que supuestamente desprejuicia. Diferenciar lo verdadero de lo que sólo es un prejuicio, es algo que intenté hacer, quizá sin demasiado éxito, en mis once escritos sobre el Teeteto

Los prejuicios deambulan en todos lados. También solemos llamarlos lugares comunes, ideas aceptadas, ideas cómodas. A veces surgen en nuestras charlas, defendiéndolos, como si fuéramos nosotros mismos. He ido comprobando que sobre cualquier tema podemos tener prejuicios. La religión es uno de los lugares favoritos sobre los que se construyen los más sólidos y atrevidos prejuicios; algunos dicen que lo que ésta puesto en la Biblia es falso sin siquiera saberla leer. El amor es otro tema donde hay muchos prejuicios; los menos enamoradizos creen que el amor no es tan importante y misterioso porque sólo son reacciones químicas, eso dicen quienes ni siquiera pueden responder por qué se enamoran de ciertas personas y de otras no. Que la verdad la haya dicho la ciencia físico-matemática es otro prejuicio común; la mayoría de los defensores de esta idea ni siquiera saben la fundamentación de la racionalidad matemática. Lo peor es que la formación intelectual engrosa prejuicios. 

Creo que mis prejuicios relucen cuando leo y respondo las interrogantes que me van planteando las líneas que leo; mis prejuicios salen cuando rumio ideas pasadas. La mayoría de las veces siempre le respondo al autor con mis prejuicios. Esto, evidentemente, impide que pueda pensar lo planteado por alguien que seguramente es más listo que yo; impide el que pueda aprender. Para la mayoría no resulta nada peligroso engañarse. Lo peligroso es cuando guiamos nuestra acción por los prejuicios. El prejuicio favorito en este caso, cuando alguien quiere conducirse con alguna idea, más o menos es: “si todos lo hacen no ha de ser malo”. El que muchos lo hagan es la mejor prueba de que es malo. 

Fulladosa

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