Presentación

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lunes, 30 de octubre de 2017

Experiencia poética



La experiencia poética comienza cuando se nos vuelve compleja el alma humana. Podemos leer sobre algún personaje y hacer clasificaciones de su modo de ser casi imaginarias; adecuamos nuestra experiencia a lo que leemos. De un modo casi imperceptible, nuestra experiencia se va alumbrando a partir de lo que leemos, principalmente en lo concerniente al conocimiento sobre los modos de actuar de las personas. Vemos Werthers, Romeos, Julietas, Dulcineas, caminando por doquier y platicando con nosotros. Leemos que un personaje realiza una acción casi misteriosa, motivado por diversas causas que no alcanzamos a comprender. Aunque determinar qué es lo que lleva a actuar a una persona, o si existen condiciones que nos permitan entender los motivos detrás de una acción, es un asunto sumamente complejo, vislumbramos alguna idea de bien en el personaje. ¿Por qué Romeo se suicida al creer en la imposibilidad de su amor?  Su idea es: sin amor la vida no vale la pena de ser vivida. Su idea del bien carece de una mayor reflexión, pues quizá no entendió que podía volver a amar, o que su dolor no sería eterno. Nuestra idea del bien alumbra u oscurece nuestras decisiones. 

¿Tenemos claridad sobre lo que consideramos como bueno en nuestras acciones?, ¿la lectura de las novelas, el reconocimiento de nuestras inclinaciones en los personajes, nos ayuda a clarificar nuestra idea de lo bueno? Quizá la primer dificultad que tengamos para entender nuestra idea de lo bueno sea la facilidad con la que confundimos lo bueno con lo útil; la identificación de la utilidad con lo bueno parte de una idea sobre el hombre que quizá tengamos todavía más oscura que la idea de lo bueno. Pero no podemos entender lo bueno sin el hombre y viceversa. Si el hombre es el único ser que puede engañarse sobre lo bueno, lo bueno no puede establecerse, necesitamos cuestionar qué sea lo bueno. La lectura de los caracteres humanos en la poesía requiere de un hondo cuestionamiento sobre el hombre y lo mejor para él mediante la novela misma. Leer no es un acto pasivamente teórico. 

Un ejemplo de lo anterior lo encontramos en Los Demonios de Fiódor Dostoyevski. Un grupo de jóvenes anarquistas necesita que alguien sea asesinado para recalcar la radicalidad e influencia de su movimiento, a su vez requieren de alguien que se suicide y que se adjudique el asesinato. Visto así, los jóvenes son malvados, pero quizá el adjetivo demonios sea excesivo. Lo más terrible es que su movimiento supuestamente va a traer el bien común. El suicida (Kirilov) es utilizado, aunque poco le importa el movimiento; al suicida le importa ser como Dios. El líder de los anarquistas (Verjovenski), busca el control, únicamente su utilidad. El personaje más complejo (Stavroguin) parece no saber qué quiere. Su endemoniada razón confunde lo bueno con lo malo. 

¿Podemos entendernos sin las novelas?, ¿podemos entendernos sin entender la complejidad que implican nuestras relaciones humanas? Parecería que sí, siempre y cuando podamos reflexionar en nuestras propias acciones. Pero la particularidad de las acciones nos dificulta juzgarlas, entender si son buenas o malas, ya que parten de muchos detalles que pueden justificar su probidad o improbidad. Las novelas plasman una totalidad de las acciones que nos ayudan a acotar el ámbito de nuestras acciones, a distinguirlas. La sabiduría poética nos permite entender los límites de nuestro actuar. 

Fulladosa

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