Presentación

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domingo, 29 de octubre de 2017

El alma en sus sendas

El alma en sus sendas
Los prejuicios morales también son un camino, una guía con ayuda de la cual la experiencia se allana. La palabra “bueno” genera disensión inmediata: dicen que es cuestión de criterio. Pero esa afirmación es absurda, pues lo bueno no es un concepto, sino un principio de la acción por el que toda obra es llevada a cabo. Sin el bien, no existiría tal cosa como el deseo. ¿La disensión está en el criterio, o en la dificultad de discutir y ver lo mejor para cada acción? La moral tiene, a través del bien, un vínculo con la comprensión del alma humana. Si eso es cierto, un conocedor del alma humana no existe sin sabiduría sobre el bien. Si eso es cierto, hace falta repensar la cuestión de la técnica, puesto que es ella la que ha guiado el conocimiento moderno sobre el alma. La teoría de las personalidades, el estudio de la psique, la investigación sobre la depresión, el estrés, los valores sociales, la formación académica, la formación cultural son todas maneras expresivas que remiten a una tecnificación especializada del ser humano, resumida en la idea del espíritu. La existencia de la naturaleza humana es comprendida desde cada apartado en un sentido específico. ¿Son idénticas, por ejemplo, las teorías modernas de la formación del carácter a la maestría platónica que permitía, mediante el arte mimético de ideas y acciones, manifestar dialógicamente un tipo de hombre?
El problema de afirmar la existencia de la naturaleza humana es la ambigüedad existente en la relación que la palabra naturaleza tiene para nosotros con nuestro relativismo moral. En primer lugar, es importante reconocer que la palabra alma, como expresión de la naturaleza del hombre, no tiene ya ninguna posibilidad de ser plenamente sabia bajo el conocimiento actual. La naturaleza humana, por ello, parece algo plenamente presente al hablar de ella, pero se esfuma en cuanto queremos aventurarnos a comprenderla. Naturaleza es una oscuridad que parece alumbrarse es la regularidad. Pero el hombre es el único ser no regular. La naturaleza del alma ya no es, primeramente, la misma que la de la vida. Ese dato parece pasar insospechado. ¿Qué relación existe entre la sabiduría posible del alma como vida y el conocimiento posible de las comuniones morales, de las opiniones compartidas y el carácter presente en las afecciones, los placeres, los gestos y las apetencias? Me atrevería a decir que, en tanto que la vida es comprendida como cuerpo, las facultades y movimientos del alma permanecen en la incomprensión. Pero esta vía, que fue abierta por la filosofía para que los interesados en ella pudieran seguirla, no es la única que se nos ha legado. La poesía ha ejercido dominio sobre la representación de los rasgos humanos y de sus problemáticas inherentes desde su aparición. Hay que caminar entre los vericuetos que hay al pensar la existencia de un conocimiento sobre el hombre que se descubra en el poder modesto de la palabra; el problema de la verdad sobre el hombre es más complejo que el establecimiento de una escala técnica.
¿Por qué hay comprensión de algo cercano en los personajes platónicos? Esta pregunta se vuelve aún más radical en el caso del personaje platónico principal: Sócrates. Sobre su carácter, hay rasgos fijos que nos pueden llevar a las conclusiones más irreverentes, pero también más irreflexivas. Sócrates, a través de sus preguntas, puede volverse un ídolo. Podríamos pensar con mucha seriedad, que su imagen pervivió para el hombre moderno. Esa es la esencia del llamado platonismo. ¿No es algo extraño que, pensando a Nietzsche, las fronteras entre la filosofía y poesía sean profundamente trastornadas y, acaso, disueltas? Al mismo tiempo ¿cómo tomamos el vigor reflexivo de Nietzsche en sus embestidas? Si Sócrates puede ser un problema, debemos ver que la diferencia que existe entre él y los demás hombres no es un mito. El diálogo con Sócrates requiere de nuestro propio pudor. El preguntar socrático es un modo de vida, no una visión del mundo. En su preguntar cada uno se delata seguidor, contrario o fanático. La vida de Sócrates es el problema de la filosofía. Sus rasgos humanos y el contraste con sus interlocutores no sólo apuntan a la radical distinción de uno con respecto de los otros: los actos y palabras son un faro para el cuidado de la palabra y el acto. Que difícilmente hay alguien igual a Sócrates no implica que sea sólo una ficción, puesto que sus preguntas tienen un sentido desde el que más de una mirada puede orientarse, ya sea denodada o débilmente. ¿Esa comunión es posible, no obstante, por alguna semejanza cuyo puente sea el ser hombre del lector y de Sócrates, o porque Sócrates es el creador de la comunión histórica? ¿Esta pregunta puede, al mismo tiempo, abordarse socráticamente? Si se quiere saber sobre la “naturaleza humana”, tal vez sea importante que ese preguntar sea llevado a cabo. ¿Cuál es el carácter de Sócrates? Acaso esa pregunta sea difícil también de comprender sin orientar la respuesta al ámbito moral moderno. Pero esa unión sería apurada, puesta que la pregunta socrática con la virtud no tiene sentido si no se ve la relación entre el modo de vida y Eros. Es posible que esa relación entre Eros y modo de vida pueda servir para apuntar hacia la presencia general de Eros en los hombres, puesto que comprender a Sócrates requiere también observar a los hombres con los que discute. Quizá en la medida en que esa relación se alumbre, nos podamos aproximar a preguntar socráticamente; o, mejor dicho, alumbrar esa relación requiere del preguntar socrático, que no halla perfección sin conectar la vida con la palabra.

Las obras poéticas se prestan tanto a ver en su arte una imagen de la sabiduría que sobrevive al tiempo y a ser expresiones artísticas abiertas al lector, pero cerradas en el tiempo. Entre la historia y la actualidad, se nos dibuja la idea de la sabiduría de los poetas. La particularidad de cada obra puede ser catalogada como producto de un período, lo cual al mismo tiempo puede mostrar caras comunes, pues hablan de personas. ¿Dónde ha de hallarse la sabiduría poética? Si se dice que el poeta tiene visión panorámica, ¿qué distingue a cada una de sus obras si todas tienen la intención de ser un retrato? Al mismo tiempo, no debe olvidarse que puede observarse que la poesía ha enseñado lo mismo sobre la tragedia que sobre la comedia. ¿A qué responde esa división tan obviada? No parecen categorías formales, y mucho menos parece que dicha división dependa del efecto que tenga en sus lectores. La enseñanza de la poesía en ambos camino habla de los hombres. ¿Es que sólo la tragedia habla de hombres graves mientras que la comedia de los livianos? ¿Qué pasa con la comicidad del Sócrates de Aristófanes en ese caso? ¿Qué con don Quijote? La risa y la conmoción son expresiones que en la misma medida se dan en el hombre. A veces ambas distinguen a los inteligentes de los simples. La diferencia no debe ser superficial, puesto que son puntos desde los que la poesía misma ha existido. Sacar una diferencia moral es ir entre ambos extremos es ir a prisa. La comedia y la tragedia no son ideologías, pues el arte de ambas consiste en que el poeta pueda hablar del hombre con una grandeza que no haga de la historia algo superficial, sino un rasgo insalvable. El conocimiento de la tragedia griega tiene que abrirse en la experiencia trágica de la vida. Sin distinguirnos de los griegos, eso es imposible, pues en caso contrario puede afirmarse que la tragedia es lo que experimento cuando me azota cualquier preocupación. Si no pensamos lo trágico a partir de la verdad de la tragedia presente en la relación de los actos humanos con su eterna limitación, no hay sapiencia trágica, sólo depresión moderna. Si hay rasgos humanos que no nos parecen lejanos por estar expresados en palabras, debe atenderse a una diferencia que los asemeja. La verdad poética no se expresa tampoco en un catálogo histórico de personajes. Los personajes de la poesía no son reflejos temporales. El alma del hombre, en su movimiento y su expresión, abarca los parajes de la comedia y los abismos de la tragedia. El duelo entre filosofía y poesía no será jamás una cuestión técnica, y la poesía es un tanto distinta del retrato, aunque estén ambas hermanadas en el nombre original de la poesía misma.


Tacitus

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