del músico, del ave y del asfalto
y llenan los oídos de aporías
confusas de sentir allá en lo alto.
Inmensas e imposibles armonías
se callan ante el grito del asalto
que todo nos ofrece y nos retira,
igual que algún vivero que respira.
Los vuelos transeúntes de las notas
cantadas por motores y por grillos
se abrazan al tambor que hacen las gotas,
a los pregones y a sus estribillos.
Todo eso que anda ahí, a las almas rotas,
les ronronea los ruidos más sencillos,
canciones, oraciones y sonoras
preguntas incesantes en las horas.
Glauco
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