Hace dos meses estaba contento y a la expectativa de encontrar lo que me haría feliz.
Hoy estoy contento y a la expectativa de encontrar lo que me hará feliz, sólo
que mi situación es radicalmente distinta a la primera. De hace dos meses recuerdo
haber dicho una severidad –creo que lo es– que no quedó para nada explicada,
que sólo se posó sobre mis ojos, así como en los suyos, sin más. Hoy que he
traído esa aseveración al presente, me esmero en darle razón, pues mi situación
así me lo demanda. Dije que la experiencia humana no veía una separación entre
la realidad y la imaginación. Quizá es que estoy anonadado o que busco seguir
andando, y por eso escribo sobre eso. Sin embargo, darle razón a tan
sentenciosa insipiencia es algo de lo que no me siento capaz, por ello sólo un
ejemplo de la experiencia humana ofreceré para tratar de demostrar que lo que
digo, aunque confuso, parece cercano ser así.
El enamorarse de una mujer (o de un
hombre, según sea el caso) trae consigo esta confusión, pues nunca nos queda
completamente claro de qué o quién nos hemos enamorado. Lo digo así porque
podría ser que seamos de esos aventureros que no esperan nada más que la
novedad, resumiendo así la experiencia del enamoramiento en la trilladísima
frase “a ver qué pasa”; o podríamos ser de esos visionarios que, desde
chiquillos, han imaginado cómo ha de ser el amor de sus vidas, resumiendo así
su experiencia del enamoramiento a una eternidad, pues viviríamos enamorados de
un ideal. El primer caso se enamora de una persona, llega para enamorarse, el
segundo llega enamorado; mientras uno busca ver si se enamora, el otro busca lo
que lo ha enamorado de hace tiempo; ninguno de los dos está cierto de nada. Al
encontrar lo que les falta la cosa se pone difícil, pues el aventurero no sabe
si siempre estuvo esperando a esa persona o si simplemente llegó; se ha
entusiasmado tanto que ya no tiene ganas de andar más caminos, ya no dice a ver qué pasa; el visionario, por su
parte, no sabe si se ha topado con ese ideal tan anhelado o si le ha tocado un “a
ver qué pasa”, pero ha dejado de buscar solo. Ambos se han enamorado y no saben
si es producto de la realidad o de la imaginación, sólo saben que la vida se ha
puesto mejor (con todas las tristezas y complicaciones que eso trae consigo).
Cuando nos enamoramos, pues, no
sabemos distinguir entre la realidad y la imaginación, la otra parte está, a kilómetros
de distancia, tan cerca al parpadear, como al tenerla bien sujeta de la mano;
creemos en el amor eterno sin saber si es una imagen o una realidad; vivimos
dándolo todo sin pensar en el final; pasamos de mirar superficies para mirar
profundidades; nos acariciamos sobre un lecho sin saber si es lo visible o lo
invisible donde estamos unidos; y a pesar de todo esto, nada es tan real como
la bella imagen de dos personas que han dejado de buscar solos para buscar
juntos. No sé si se vea que, experiencias como ésta, tenemos más –quizá más
indeseables, quizá más gloriosas– y que ninguna nos permite saber con claridad si
soñamos o vigilamos, lo que si nos permiten saber es que estamos vivos y que
algo buscamos. ¡Gracias a Dios por eso!
Talio
De
manera adicional, quiero pedir al dueño de los ojos que leen esto, me disculpe
si en las líneas anteriores no ha encontrado nada que dé razón de mi
aseveración: necesitaba decirlo y no hallé un modo mejor. ¡Gracias por leerme…
y espero comprenda!
Marcos
Maltratando a la musa
Gracias
Nunca
estuve seguro de mis sueños
ni de
lo que llaman cruda realidad,
mas
llegaste a darme la seguridad
de que
siempre habrá momentos bellos.
Como por
arte de magia te fuiste
haciéndome
desear estar soñando,
dejándome
saber que ahora es cuando
el
alma se complace en estar triste.
Siempre
que me mire te miraré a ti
pues somos
uno que también es dos,
y es
por eso que cuando le rezo a Dios
le
digo que gracias a él te conocí.
Quitando
de mi voz las acrobacias
Sólo me
queda darte a ti las gracias.
Ambos
Muy bueno tu poema
ResponderEliminarGracias, creo.
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