Presentación

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lunes, 4 de enero de 2016

No más siestas con los peces



El 2015 cerró con un alto índice de asesinatos en nuestro país. Como referente, se dice en la prensa especializada que se llevaron a cabo alrededor de dos homicidios por hora, lo cual nos lleva a cuarenta y ocho por día y de ahí a trescientos treinta y seis a la semana y por último a 17,472 al año, un cifra que, en términos de porcentajes, no es nada alarmante, si se considera que es una suerte de 1%, o un poco más, la población perdida y que no se toman en cuenta los decesos ligados con el narcotráfico. Ahora, si consideramos que la causa es el asesinato, el asunto se torna preocupante, ya que se me hace increíble que el hombre esté tan dispuesto a terminar con la vida de otro. Las razones por las que un hombre acaba con la vida de otro hombre son, creo ver, producto de la nueva concepción del mundo que nos anda rondando desde hace poco más de un siglo con tanta fuerza que ya ni la notamos claramente. Ver por qué un hombre mata a otro es lo que me interesa y me preocupa. Sé que ante esta situación difícilmente no hay una inmediata solución y difícilmente creo que la haya, pero al menos pensarla nos puede llevar a otras consideraciones que afectan directamente nuestras propias vidas.

            Causas de asesinato, dicen en los juzgados, hay muchas, desde un crimen pasional, hasta el hecho de recibir pago por cerrarle los ojos a alguien. Cada una lleva una justificación para su realización y al mismo tiempo una que condene tal acción. En el caso del crimen pasional, diríamos que el asesino no tiene culpa alguna pues ha sido consumido por la pasión, sería como Anakin Skywalker siendo inocente de caer al lado oscuro, pues sólo fue consumido por el miedo de perder a su amada Padmé: ahí está su justificación, no mata por ser malo, sino porque la pasión lo nubló. La contra de lo anterior es que aquel  que mata cubierto de rojo desea el bien propio y como, visto desde nuestra concepción más nimia de orden social, el bien acaba donde empieza el mal del otro, al hacer daño a otro buscando mi bien, hago mal, ergo matar es malo. Más o menos en el mismo caso se encuentran los asesinos a sueldo, por más reglas que tengan para hacer de su profesión un trabajo más, como Ni mujeres, ni niños. El asesino es malo y hace el mal dado que ha causado  mal para conseguir su bien.

            En esta concepción del asesinato sólo vemos las implicaciones sociales que tiene, viendo el asesinato como un acto público y puramente lógico (así en el sentido de P’s y Q’s), perdiendo el factor humano en él. El asesino apasionado ha dejado de buscar el bien, creyendo saber dónde está y por eso no se detiene a considerar las implicaciones de su actuar; el asesino a sueldo ha convertido al otro en un medio para un fin. Quizá el asesino, sea cual sea su motivación, ha dejado de ver en el otro a su igual, por eso no le importa ni buscar el bien, ni reconocer al otro. El que asesina es porque cree ser diferente de la víctima; diferente ontológicamente. Quizá por eso la base de la ley es que todos somos iguales, pero cuando esa misma ley ha sido pervertida por la visión moderna de la competencia, la exaltación y todo cuanto niega una igualdad entre los hombres, deja los huecos suficientes para que uno deje de considerarla importante. Por eso, aunque la ley condena el asesinato, se limita a hacernos ver que lo peor que puede pasarnos es ser encerrados: malísima consecuencia ¿no?. Hemos dejado de pensar que quizá al matar estamos condenando nuestra alma a la ignorancia eterna, ésa que no nos lleva al conocimiento sino a la muerte.

            No sé qué tanto nos sintamos cercanos al asesino en medida en que la comodidad de nuestras vidas nos tiene lo suficientemente lejos de esa experiencia. Sería bueno pensar si es la misma soberbia del asesino la que nos lleva a aminorar al otro. Sería bueno pensar si en verdad los hombres somos iguales, no sólo porque todos amamos, lloramos y reímos, sino por algo más, o, y quizá dicho mejor, hay más profundidad en pensar que el hombre es igual entre sí por todas estas razones. De cualquier forma esta empresa se torna difícil pues hemos dejado de considerarnos iguales, y al mismo tiempo admitido, por razones políticamente correctas: creemos en nuestra igualdad porque eso posibilita una convivencia más sana, porque así no nos sentimos solos en el mundo o porque simplemente es más sencillo vernos como iguales y así celebrar nuestras diferencias, en vez vernos como iguales porque esto posibilite una vida mejor, no sólo para nosotros sino para todos los demás.

            Podríamos ser pesimistas y decir que a pesar de que intentamos vivir mejor, seguirá habiendo guerras, odio y cerrazón, pero posiblemente eso también es producto de haber dejado de buscar la igualdad desde una mirada ontológica, pues no buscamos tal respuesta para convertirnos en mesías, sino para convertirnos en mejores hombres, no por conveniencia, sino porque es lo mejor que cualquiera, doquiera que sea, puede hacer. Claramente no es la única respuesta que debe buscarse, pero sí creo que es de las más importantes, pues nos podría posibilitar que dejemos de lado la soberbia, el pendejismo, la mala vida. Mientras tanto, no nos resta más que seguir trabajando en el bien y no matar a nadie, a menos que sea para llevar a nuestro potencial asesino a  dormir con los peces.



Talio



Maltratando a la musa



Mi metamorfosis



Era un suspiro leve, hilo de viento,

que buscaba zurcir en esos labios,

de un pobre hombre, por siempre su aliento,

convirtiéndolos en dos amantes sabios.

Y sucedió que un día

vislumbró desde el fondo

aquellos labios rojos

de límpidos hinojos,

de un palpitar profundo,

que parecían, cual flautista, llamarle

a dejar la pena y arrastrar al padre

a darle a luz; mas, con voluble peso,

dejó de atraerle la boca ajena,

y el suspiro que se moría de pena,

recibió a esa boca, volviéndose beso.

2 comentarios:

  1. Me parece muy pertinente el enfoque de tu entrada, más porque tratas un asunto sumamente violento, pero tus razonamientos de por qué parece que se actúa así podrían aplicarse a cualquier acto donde se involucre la violencia entre dos personas. Otra cosa: gracias por aumentar el tamaño de tu fuente, me resulta más cómodo leer tu escrito.

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    1. Me parece que es muy posible que pueda aplicarse a cualquier acto de violencia, por eso al final digo que quizá nosotros cometemos lo mismos con la descalificación del otro, sin embargo, creo que la violencia del asesinato perpetua la falta de redención en el asesino y el nulo deseo de vivir bien, a diferencia de otras circunstancias violentas. No lo expliqué, lo sé, pero particularmente por eso traté el asesinato. Ya se completará con otra entrada.
      Gracias a ti por la recomendación. Espero que a todos ayude.

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