El
2015 cerró con un alto índice de asesinatos en nuestro país. Como referente, se
dice en la prensa especializada que se llevaron a cabo alrededor de dos
homicidios por hora, lo cual nos lleva a cuarenta y ocho por día y de ahí a
trescientos treinta y seis a la semana y por último a 17,472 al año, un cifra
que, en términos de porcentajes, no es nada alarmante, si se considera que es
una suerte de 1%, o un poco más, la población perdida y que no se toman en
cuenta los decesos ligados con el narcotráfico. Ahora, si consideramos que la
causa es el asesinato, el asunto se torna preocupante, ya que se me hace
increíble que el hombre esté tan dispuesto a terminar con la vida de otro. Las
razones por las que un hombre acaba con la vida de otro hombre son, creo ver,
producto de la nueva concepción del mundo que nos anda rondando desde hace poco
más de un siglo con tanta fuerza que ya ni la notamos claramente. Ver por qué
un hombre mata a otro es lo que me interesa y me preocupa. Sé que ante esta
situación difícilmente no hay una inmediata solución y difícilmente creo que la
haya, pero al menos pensarla nos puede llevar a otras consideraciones que
afectan directamente nuestras propias vidas.
Causas de asesinato, dicen en los
juzgados, hay muchas, desde un crimen pasional, hasta el hecho de recibir pago
por cerrarle los ojos a alguien. Cada una lleva una justificación para su
realización y al mismo tiempo una que condene tal acción. En el caso del crimen
pasional, diríamos que el asesino no tiene culpa alguna pues ha sido consumido
por la pasión, sería como Anakin Skywalker siendo inocente de caer al lado
oscuro, pues sólo fue consumido por el miedo de perder a su amada Padmé: ahí
está su justificación, no mata por ser malo, sino porque la pasión lo nubló. La
contra de lo anterior es que aquel que
mata cubierto de rojo desea el bien propio y como, visto desde nuestra
concepción más nimia de orden social, el bien acaba donde empieza el mal del
otro, al hacer daño a otro buscando mi bien, hago mal, ergo matar es malo. Más o menos en el mismo caso se encuentran los
asesinos a sueldo, por más reglas que tengan para hacer de su profesión un
trabajo más, como Ni mujeres, ni niños.
El asesino es malo y hace el mal dado que ha causado mal para conseguir su bien.
En esta concepción del
asesinato sólo vemos las implicaciones sociales que tiene, viendo el asesinato
como un acto público y puramente lógico (así en el sentido de P’s y Q’s),
perdiendo el factor humano en él. El asesino apasionado ha dejado de buscar el bien,
creyendo saber dónde está y por eso no se detiene a considerar las
implicaciones de su actuar; el asesino a sueldo ha convertido al otro en un
medio para un fin. Quizá el asesino, sea cual sea su motivación, ha dejado de
ver en el otro a su igual, por eso no le importa ni buscar el bien, ni
reconocer al otro. El que asesina es porque cree ser diferente de la víctima;
diferente ontológicamente. Quizá por eso la base de la ley es que todos somos
iguales, pero cuando esa misma ley ha sido pervertida por la visión moderna de
la competencia, la exaltación y todo cuanto niega una igualdad entre los
hombres, deja los huecos suficientes para que uno deje de considerarla
importante. Por eso, aunque la ley condena el asesinato, se limita a hacernos
ver que lo peor que puede pasarnos es ser encerrados: malísima consecuencia
¿no?. Hemos dejado de pensar que quizá al matar estamos condenando nuestra alma
a la ignorancia eterna, ésa que no nos lleva al conocimiento sino a la muerte.
No sé qué tanto nos sintamos cercanos
al asesino en medida en que la comodidad de nuestras vidas nos tiene lo
suficientemente lejos de esa experiencia. Sería bueno pensar si es la misma
soberbia del asesino la que nos lleva a aminorar al otro. Sería bueno pensar si
en verdad los hombres somos iguales, no sólo porque todos amamos, lloramos y
reímos, sino por algo más, o, y quizá dicho mejor, hay más profundidad en
pensar que el hombre es igual entre sí por todas estas razones. De cualquier
forma esta empresa se torna difícil pues hemos dejado de considerarnos iguales,
y al mismo tiempo admitido, por razones políticamente correctas: creemos en
nuestra igualdad porque eso posibilita una convivencia más sana, porque así no
nos sentimos solos en el mundo o porque simplemente es más sencillo vernos como
iguales y así celebrar nuestras diferencias, en vez vernos como iguales porque
esto posibilite una vida mejor, no sólo para nosotros sino para todos los
demás.
Podríamos ser pesimistas y decir que
a pesar de que intentamos vivir mejor, seguirá habiendo guerras, odio y
cerrazón, pero posiblemente eso también es producto de haber dejado de buscar
la igualdad desde una mirada ontológica, pues no buscamos tal respuesta para
convertirnos en mesías, sino para convertirnos en mejores hombres, no por conveniencia,
sino porque es lo mejor que cualquiera, doquiera que sea, puede hacer.
Claramente no es la única respuesta que debe buscarse, pero sí creo que es de
las más importantes, pues nos podría posibilitar que dejemos de lado la
soberbia, el pendejismo, la mala vida. Mientras tanto, no nos resta más que
seguir trabajando en el bien y no matar a nadie, a menos que sea para llevar a nuestro potencial asesino a dormir con los peces.
Talio
Maltratando a la musa
Mi metamorfosis
Era un suspiro leve, hilo de viento,
que buscaba zurcir en esos labios,
de un pobre hombre, por siempre su aliento,
convirtiéndolos en dos amantes sabios.
Y sucedió que un día
vislumbró desde el fondo
aquellos labios rojos
de límpidos hinojos,
de un palpitar profundo,
que parecían, cual flautista, llamarle
a dejar la pena y arrastrar al padre
a darle a luz; mas, con voluble peso,
dejó de atraerle la boca ajena,
y el suspiro que se moría de pena,
recibió a esa boca, volviéndose beso.
Me parece muy pertinente el enfoque de tu entrada, más porque tratas un asunto sumamente violento, pero tus razonamientos de por qué parece que se actúa así podrían aplicarse a cualquier acto donde se involucre la violencia entre dos personas. Otra cosa: gracias por aumentar el tamaño de tu fuente, me resulta más cómodo leer tu escrito.
ResponderEliminarMe parece que es muy posible que pueda aplicarse a cualquier acto de violencia, por eso al final digo que quizá nosotros cometemos lo mismos con la descalificación del otro, sin embargo, creo que la violencia del asesinato perpetua la falta de redención en el asesino y el nulo deseo de vivir bien, a diferencia de otras circunstancias violentas. No lo expliqué, lo sé, pero particularmente por eso traté el asesinato. Ya se completará con otra entrada.
EliminarGracias a ti por la recomendación. Espero que a todos ayude.