Con cierta facilidad notamos que en las últimas décadas vivimos un auge del ecologismo. Esta tendencia puede evidenciarse en un panorama corto o muy amplio. Por ejemplo, ya resulta muy común que los grandes líderes de opinión muestren su consternación con el porvenir del planeta, incluso por temporadas se vuelven voceros de grandes campañas verdes. O también es común que nuestro vecino frunza el ceño cuando descubre en el amanecer basura sobre la acera o se irrita la nariz con la estela casi fecal dejada por el camión de carga. Vivimos día a día preocupándonos o haciendo coraje por el deterioro de eso que llamamos medio ambiente.
Esta importancia con la que vivimos no sólo se mantiene en el ámbito privado. Conforme pasan los años cada gobierno incorpora medidas que pretenden favorecer el cuidado del medio ambiente, algunas restrictivas y otras proactivas. Como bien señalamos, en los recientes cincuenta años se empezó a tomar con mayor seriedad el daño ambiental. Gracias a ciertos descubrimientos, como el adelgazamiento de la capa de zona, el problema asustó por su realidad. Investigaciones y trabajos hicieron patente la intromisión lastimera del hombre en el planeta Tierra y, curiosamente, a partir de estas pruebas empezamos a temer de las consecuencias catastróficas. Ahora la preocupación por la naturaleza parecía no quedarse en un ardor juvenil o la afición psicodélica.
En buena parte la centralidad por el medio ambiente reside en que nuestra existencia está en juego, varios discursos políticos y cotidianos contemplan dicha posibilidad. El miedo a los efectos catastróficos hace que nos enfrentemos con urgencia al problema, nos incita a buscar presurosamente una solución. Y peor aún si no conseguimos apurarnos, ya que será más lamentable para las generaciones futuras entre más grave se torne la situación mundial. Por lo mismo muchos debates en torno a remediar o tratar de solucionar el daño ecológico apuntan a la resistencia o aprobación de medidas drásticas pero efectivas, medidas que no habría que preguntar si debemos realizarlas. Su aplicación se hace necesaria para los tiempos urgentes.
En el mismo tono pero con mayor moderación, varias personas abogan por el uso de energías renovables y limpias, innovaciones que sean reutilizables y permitan sostener nuestra vida diaria sin afectar el medio ambiente. Advertimos que estas soluciones traen una sombra de incertidumbre por el futuro dudoso, al final quieren evitar que la preservación humana y natural sea sólo un sueño juvenil. Detrás de las medidas verdes llega a ocultarse el temor por perder a nuestra protectora, la misma que nos brinda provisiones. En este sentido cada discurso ecológico apela a lo inconveniente de la polución, no a lo reprobable de ella. Quizá por lo mismo florece un escepticismo que no encuentra razones válidas para contribuir a las medidas verdes. Algunos toman que el problema es tan grande e inevitable que no queda nada por hacer y otros que sólo damos pasitos en un problema que exige mucho que lo hacemos cotidianamente. Seguramente la insuficiencia pide que reflexionemos para encontrar soluciones profundas, no aquéllas que sólo ven por el entorno.
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