Antes de empezar con esta divertida tercera parte de
mis notas, tal vez sea bueno decir que, aunque no lo había planeado así, mis
notas se ven encaminadas a continuar una reflexión unitariamente. Resulta
evidente, hasta los más despistados lo notamos, que la unidad de mis apuntes se
debe al talento de Platón, el cual nos obliga a ver la relación de todos los
temas que se tratan en cada diálogo suyo; un problema más complejo es ver la unidad
total de los diálogos platónicos, incluidos los que prescinden de la mítica
figura del Maestro. Encuentro la relación en que lo que conocemos lo conocemos
de algún modo, siempre tenemos una finalidad al conocer y podemos compartir de
diversos modos nuestros conocimientos. En la semana leí la pieza que me faltaba
para encontrarle la unidad a mis dos entradas anteriores, cuyo tema central
era: el amor compartido hacia la verdad. Si Sócrates no hubiera amado el saber
y se hubiera percatado que era bueno compartirlo, hubiera sido un gran sofista,
pero Sócrates no buscaba ser reconocido como el individuo que se pregunta por
excentricidades, sino que desea buscar con alguien más qué son las cosas;
principalmente buscaba saber qué es el hombre y lo bueno para el hombre. Visto
así, el solitario buscando el saber es un pobre individuo, que ni siquiera
puede comprobar si lo que cree saber es aparente o verdadero.
Lo importante con las definiciones no es anotarlas,
sino examinarlas. El examen que Sócrates hace de la primera definición de saber
dada por Teeteto es seriamente lúdico. Dicha afirmación es "el saber es percepción". Primero el Maestro ateniense juega a que
la percepción es válida, utilizando, para afirmar de algún modo la validez, la
autoridad de un hombre famoso por ser sabio. ¿Por qué no empezar preguntando si
la percepción es algo estable, como el impacto producido por ver un árbol (sin
saber que es un árbol), o es algo que se va desarrollando (como el ir viendo
las diversas características del árbol)? Quizá lo hizo para probar si el joven adopta la
tremenda autoridad del afamado sabio con su sorprendente afirmación: “el hombre
es la medida de todas las cosas, tanto del ser de las que son, como del no ser
de las que no son”. Sócrates juega a que la máxima es válida dando ejemplos de
percepciones notoriamente cambiantes, como el percibir calor o frío. Pero el
juego se torna más serio, y más divertido, cuando Sócrates defiende con muchos
más ejemplos que las cosas siempre se encuentran en constante devenir, es
decir, que siempre se encuentran en cambio y movimiento. ¿Esto es realmente
posible?, ¿podemos percibir aquello que nunca se nos muestra con fijeza sino en
constante cambio?, notamos el cambio sin haber visto algo fijo con
anterioridad? Las preguntas se transforman en un sinsentido si vemos que esto
posibilita afirmar el poco valor de la razón y el lenguaje, afirmar que existe
la inefabilidad absoluta; y, así, el juego socrático deja de ser divertido.
Otro sinsentido es pensar las cosas en una absoluta independencia, sin
semejanza alguna, sin ninguna relación. Los argumentos que parecían tan
coherentes al apoyar la necesidad del movimiento se tornan absurdos al pensar
que el pensamiento es incoherente, es decir, al pensar que pensamos
irracionalmente, sin orden, confundiendo no sólo lo que sean las cosas, sino
hasta el lugar donde debemos usar la ropa interior. Sócrates, después de jugar
al sofista y al cosmógrafo, indagará si nuestra percepción se basa en
principios, pues no quiere que Teeteto sea víctima de los más afamados
apantalladores que, mediante muchas palabras o con sentencias llamativas,
pretenden demostrar el sinsentido absoluto.
Fulladosa
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