Presentación

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lunes, 16 de mayo de 2016

Levedades sobre la verdad

Levedades sobre la verdad
La retórica sin lógica es una quimera. Estoy casi seguro, por el otro lado, de que incluso la lógica moderna, la de las proposiciones abstractas, de las cajas “vacías”, necesita una retórica. No es que la necesite sólo para ganar adeptos; la necesita porque su justificación de la verdad no podría llegar a ser sin una especie de retórica mínima. No se espante el lector: no estoy diciendo que necesitamos ser convencidos aún de las proposiciones más sencillas, como la de que la presencia de la luz natural sugiere inmediatamente que ya es de día y que el sol está en lo alto. Más bien quisiera sugerir, si se me permite, es que ni siquiera la verdad más evidente se salva de merecer una explicación. No entremos en el juego de decir que en las justificaciones y los argumentos nos involucramos irremediablemente en una aventura desesperada; eso significaría la muerte e irremediable inutilidad de toda lógica posible. Estaríamos admitiendo el desprestigio del lenguaje, requerido por la supuesta oscuridad de las verdades complejas.
Me he topado, más de una vez, con mi negligencia ante la investigación y la reflexión. Pero también he quedado absorto al notar que las cosas que llamamos más simples, las interrogaciones más normales, son las que exigen un pensamiento y un detenimiento más sólido, cuando se saben apreciar en toda su normal complejidad. La justicia es una cosa sencilla. Al menos es sencillo notar que todos tienen una idea de ella, por la que lloran, gimen, o se complacen cuando las cosas se avienen a como se cree que tienen que ser, o cuando se sienten sometidos por el peso de una desavenencia. Y, si no me fallan mis suposiciones, creo que más de uno se ha topado con el conflicto de no saber definirla, de ver que nuestra afición por tener conceptos aplicados no siempre sale avante cuando queremos solucionar un conflicto de ese tipo.
Nos sorprenderían las consecuencias de aceptar que el lenguaje está en todo lo expresado. Creo que ese dogma es parte de que no sepamos distinguir bien los problemas ya citados. No me sorprende que, en tiempos en que más se requiere de la verdad, uno sostenga que lo que se requiere es más lógica, cometiendo un contrasentido. No podemos terminar con la lógica mintiendo, ni mucho menos renunciando a la verdad. Lo que sí podemos hacer es aceptar la tiranía, y menospreciar la lógica; permanecer ignorantes, recalcitrantes solitarios, celebradores de lo relativo, y aun así no podríamos traicionar nuestra experiencia.
Las divergencias en la opinión se convierten fácilmente en riñas. Pero eso no es barbarie todavía. Si uno se enciende en una discusión, puede haber más de una razón para ello. La más noble, al menos desde el punto de vista de la honra, es cuando uno está convencido de estar en la verdad. La barbarie viene cuando no hay discusión alguna por alcanzar, sea salvajemente o tranquilamente; la barbarie sería el suicido del lenguaje, el incendio de la injusticia en el que no cabe juicio justo alguno, porque no se le soporta, o porque se es irracionalmente condescendiente con él. El absurdo no se salva con la lógica moderna, porque ella lo propició. Si la condición de la barbarie puede ser revocada por la enseñanza pertinente de la lógica, para aprender las complicaciones del lenguaje en su relación con la verdad y las cosas, tenemos que quitarnos la idea de que eso nos hará infalibles.

Los conocedores medievales de lógica mostraban la gran ventaja que tenían sobre nosotros en obras al estilo de Santo Tomás. La falla de argumentos no puede ser reducida a una proposición indiferente, por el simple hecho de que los argumentos siempre son específicos. No son renuentes a la generalidad, siempre y cuando la generalidad no sea la extraña solución de lo que no requiere explicación alguna. Es así porque lo que ya no puede ser explicado por algo más es lo más difícil de inteligir. El conocimiento sencillo del principio de las deducciones no asegura que hagamos las mejores de ellas. Nosotros le negamos autoridad a ese arte, porque estamos suficientemente convencidos de que el lenguaje no es siquiera un instrumento: hemos abolido las causas y rebajado al hombre, que no es lo mismo que abolirlo a él. Hay que recordar que la tiranía es despreocupada de la verdad, pero tiene mucho sentido, tanto como la meliflua voz de la serpiente en el libro del Génesis.


Tacitus

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