Los grandes pensadores han sido seducidos por las
preguntas acerca del qué, cómo y porqué del mundo. Ante nuestra existencia
tenemos a la mano las evidencias del arduo trabajo que hicieron estos
personajes. Podemos recurrir a la filosofía, la ciencia, la historia y a las
Sagradas Escrituras para tratar de entender o responder; todo depende de cuál sea
el cobijo que más nos acoja. Buscar un refugio en alguno de estos “recintos”
nos conducirá a la pregunta inicial: quizá no se logre responder y las
pretensiones podrán ser arma de doble filo, pues pueden despertar o mantener
dormidos. Ya sea que se camine dormido o despierto, ello no garantizará la
respuesta, pero de algo se está seguro y, esto es que se ha correspondido a la
seducción.
Exponer explicaciones acerca de cuál es nuestro
origen o qué somos apunta a una misma cosa, esto es, a nuestra ignorancia. El
cómo atendamos a ella nos llevará a encontrar asilo en algunos de los múltiples
brazos abiertos. Habrá algunos que no querrán abrirse inmediatamente, otros se
cerrarán y jamás permitirán que nos libremos, pues enmudecerá a nuestra
voluntad; otros más nos brindarán “palmaditas de consuelo” ya que nuestras
pretensiones tenderán a ser verosímiles. Pero, habrá unos brazos en los cuales
hemos estado ahí siempre y, por nuestra voluntad o razón hemos solicitado que
nos suelten; éstos accederán a nuestra petición. No obstante, quizá nunca se
cerrarán, cuidarán de nosotros como los brazos de un padre cuando cuida de su
hijo al momento de que éste comienza a caminar por sí solo.
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