Les
contaré un chiste: hace no tanto, alguien a quien quiero mucho me dijo que mi
alma era similar a la de Guido Orefice. Y no es que me convenciera de ello,
pues esa persona no es visor de almas –pocos lo son en realidad–, pero sí me
puso a recordar la actitud de tan divertido personaje que le hizo ganar un
Óscar a Roberto Benigni al mejor actor y a la mejor película en habla no
inglesa. Lo que, por sobre todo, recuerdo de Orefice es la alegría con la que
vive la vida. Y me pregunto ¿cómo podemos vivir la vida con tanto contento? Hay
quienes afirmaron que la expectativa es lo que nos permite ir felices por las
plazas del mundo. Pero viendo al protagonista de La vita è bella, parece que no es en ésta donde se encuentra la
alegría de vivir. Entonces, ¿dónde demonios está? ¿Es la expectativa
consecuencia de la alegría? Y es que, si la alegría es lo que nos mantiene con
vida debemos vivir alegres.
Guido, un fulanito italiano nada
diferente del resto de los italianos feos, anda por la vida alegremente a pesar
de que poco a poco ve caer a su país en la desesperación que el fascismo trae
consigo, impidiendo que el hombre se realice más allá de las fronteras que el
mismo sistema que permitió la existencia de éste le puso. Las expectativas del
italiano no son muy buenas, y menos al caer el manto de la guerra. Cierto es
que hay quienes afirman que la expectativa consiste en tratar de salir lo más
avante posible, pues buscamos la felicidad, pero no se dan cuenta que para
quien cree que conoce el mundo y lo vive, es complicado pensar que la
expectativa le permita andar risa y risa por los caminos. Ser realista es lo
que impide que la expectativa nos voltee a ver el bien. En todo caso habría que
dejar de ser realista, lo cual sólo es posible para los niños, en la
interpretación que les dan los adultos, claro está. Sin embargo, como no
podemos dejar de ser realistas, seguimos buscando la felicidad desde y hacia otros lares. Es precisamente en el realismo que debemos encontrar la felicidad,
pues sólo en él hay conocimiento, lo demás sólo es fantasía para pasar el rato.
Engañarnos con la posibilidad de un
mejor futuro es propio de los optimistas, y el optimismo es sólo otra marca de
nuestro egoísmo disfrazado de esperanza. Benigni, metido en su papel, es
realista, muy realista, dado que comprende la naturaleza de lo que sucede y
comprende la naturaleza de aquellos a quienes les sucede, por eso mientras
sufre trabajos forzados en los famosísimos campos de concentración –siempre que
escucho esta expresión me imagino a un montón de budistas meditando bien
concentrados– puede conmiserarse con sus compañeros y al mismo tiempo inventar
una historia genial para su hijo Giosuè. Y dado
que en el párrafo anterior dije que en la fantasía no hay conocimiento,
pensaríamos –ofendidos, claro– que el padre del niño sólo lo está relegando a
la ignorancia y por tanto a la infelicidad; quien no conoce la felicidad no
puede acceder a ella. Esto no es así. Guido conoce la naturaleza de su hijo, y
en uno de los actos más realistas del cine de los años 90, se apega a la
realidad de un niño y le ayuda a seguirlo siendo, pues es lo que, como infante,
debe conocer, no más y no menos. De este modo, las expectativas del esposo de
Dora vienen a ser modificadas, pues él ha encontrado una forma real de vivir,
una que le permite ser feliz a pesar de la guerra. La forma de la que hablo es
la fe, que ineludiblemente trae esperanza y amor. Él sabe que la vida es bella
y que no hay nada más real que eso, y que de tal modo hay que vivirla.
Con lo anterior, la alegría de vivir
no está en la expectativa, ésta más bien nos ayuda a conservarla, pues quien
vive feliz no encuentra –ni tiene porque encontrarlos– motivos para pensar que
el futuro será peor por más dificultades que aparezcan. La alegría de vivir
está en saber que no puede ser de otro modo. La alegría está en el realismo que
contempla toda realidad y no sólo la crudeza de los acontecimientos, como dicen
los sabios teóricos literarios. Por eso es importante ir a la mar contentos y expectantes,
así ningún futuro nos deberá espantar. Podemos vivir expectantes y contentos si,
y sólo si, entendemos que ambas partes no son consecuencias sino dos partes de
una misma cosa: amor a la vida.
Talio
Maltratando
a la musa
Los elementos y el fuego
Gota que acaricia la mejilla anunciando
la lluvia que acaricia la tierra dura y seca,
es parte pérdida de un tifón que, fuerte, siega
la vida de los que, la lluvia, están celebrando.
Una gota y un tifón son de la misma agua.
La primera nos dio la estética de las fuentes,
la segunda nos dio, para vencerla, los puentes.
Ahora tenemos, con ese líquido, una tregua.
Grano que nos muestra la fragilidad a diario
como si debiéramos recordar que polvo somos
y que polvo seremos. Moviéndose los domos
subterráneos que dan sostén a nuestro santuario
estamos expuestos a la muerte sin ninguna
base, por eso modelamos la tierra entera
para correr senderos seguros de cantera
y dar a la escultura señal desde su cuna.
Un soplo, un suspiro, un silbido muy tenue
que se unen y rompen el silencio de la calma
llevan, en proporción, la misma furia del alma
de un tornado destructor que muestra que es muy fuerte.
Soplo y tornado son, a escala, la misma cosa,
pero para el hombre, el primero con la flauta
nos eriza la piel dando al arte la pauta,
el segundo y un molino nos dan vista hermosa.
Fuego pequeño que das luz y calor
dime qué
te hace diferente del fuego grande que mata.
No he domado tu llama para hacerla sensata.
Sólo he visto en ti la más sincera razón de ser.
Eres fuego. Eres vida. Eres muerte. Eres,
entre los elementos, el indomable. Eres,
entre los hombres, la imagen de la vida. Eres
el fuego eterno que no termina. Fuego eres.
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