Presentación

Presentación

domingo, 6 de noviembre de 2016

Juez, jurado y verdugo



 Para la chava de la prepa que le gustaba a mi amigo Tepo; 
sin ella, que convenció a mi amigo Tepo para que nos 
metiéramos en su grupo, mi vida sería muy distinta. No 
estaría ni estudiando filosofía, ni conocería a toda esa 
gente maravillosa que dan sentido y significado a mi 
vida sino es por ella. Este es para ti, como quiera que te 
llames, donde sea que estés.   
La primera vez fue cuando era pequeño y se estaba ahogando. Recuerda el dolor en medio del torso, la presión desesperada que hacía su madre para sacar aquel hueso en su garganta, la resignación con la que aquella vez asumió lo que parecía inevitable. No sabía lo que perdía, era muy pronto para saberlo, quizá todavía sea muy pronto. La luz es una tortura incandescente. Lleva más de un año en la penumbra, incluso hablar y pensar le es difícil, una sordomuda le alimentó ese tiempo eterno entre barrotes. Es la primera vez que sale en mucho tiempo, es una persona distinta; llovía en la mañana, el aire frío convertía en vapor su aliento, agitaba su cabello desprolijo y su barba de un año. No se reconoció cuando vio su rostro reflejado en un charco de agua sucia, antes de subir a la carroza ¿quién dice que el tiempo no existe sin nosotros? Él lleva una breve eternidad sin saber quién es, mucho menos tiene noción del tiempo y sin embargo ahí está, enclavado en sus rasgos más marcados, en un rostro más enjuto, unas arrugas como arañazos desesperados que intentan detener el tiempo, unos ojos más hundidos, con la mirada triste de quien padece una injusticia y no puede hacer nada para remediarlo. Se ha retrasado el día tanto como ha sido posible, pero el tiempo nunca se retrasa. Incluso en el encierro sabía que el mundo seguía moviéndose, sólo que no tenía manera de medir la magnitud del movimiento, para ese tipo de cosas se necesita una ventana, que la luz entre, láctea y esperanzadora, por algún recoveco de tu universo violentamente achicado. Esto es el ahora y todo está en relación con el presente que se le escapa, la arena cae con exquisita presteza al fondo del reloj, pero siempre en relación con el ahora; el pasado sólo es porque existe la memoria en el presente, el futuro sólo es una proyección posible y anhelada del ahora. Y si el tiempo que nos ha sido dado, sólo es en relación con el presente, entonces el tiempo nosotros lo medimos en relación con las cosas que nos sitúan en el presente, el instante. Las ruedas de madera de la carroza hacen un ruido atronador mientras piensa en el tiempo, en las cosas que le vuelven conscientes del instante y por tanto del tiempo. Es curioso cómo obtenemos la noción de que el tiempo se mueve a partir de los momentos en los que el tiempo se detiene. Los más bellos momentos de la vida siempre son instantes inmortales y obstinados que se aferran a la memoria. El tiempo es orden, con él, todo sucede al mismo tiempo y sin embargo en muchos: el tiempo volatiza las posibilidades y compromete la profundidad de los yo; el tiempo se crea, se forma, el tiempo no vive en los relojes, vive en nuestras mentes, en nuestros actos. El tiempo es lo que nos separa de la divinidad, para la que nada significan las magnitudes humanas. El tiempo es una bestia insaciable y escurridiza. Y está corriendo al ritmo de los caballos que lo llevan a la plaza.
El murmullo murió de la mano del silencio. Expectativa. El mundo tiene una propensión a aburrirnos, incapaces de ver la maravilla que es el regalo de la existencia. Jamás había sentido tantos ojos. No son miradas que desnudan, que ven a través de él, son miradas de ansiedad, réprobas y de odio ficticio. Ninguno de ellos le conoce, pero han venido a verlo. Los pueblos necesitan espectáculos, amén de evitar la sublevación propia de los pueblos que viven en la miseria. Un poco de sangre de vez en vez te sustrae de tu propia podredumbre. Seré pobre, pero al menos yo tengo cabeza, podrían pensar los hombres que se conglomeran en esta plaza que hiede a orina, sudor y sal; pero a él no le consuela una fama repentina y febril, que habrá de durar lo que tarde su cabeza en rodar a una cesta, ni tampoco el hecho de que la condena de su vida le ha hecho saborear cada momento. La vida sólo es porque termina. La eternidad es aburrida y las cosas tienen sentido porque se pueden terminar. Pero sí existe consuelo, el hecho de que él decidió todas las cosas que le han llevado a este momento. La libertad humana es lo que determina el tiempo. Cada acción, incluso la más mínima, se ha encadenado hasta este momento, el final de su vida. Se habría partido de la risa si alguien le hubiera dicho hace años que la acción que desencadenaría su muerte sería el haberse tomado una cerveza de más en un bar hace muchos años. Esa cerveza de más implicó quedarse más tiempo en el lugar, el tiempo suficiente para que él llegara. El hombre por el que su vida termina en un cadalso. Si hubiera tomado otra cosa, otra cerveza, aquel hombre jamás le habría hablado, pues no tenía un vínculo que permitiera romper la extrañeza que separa a los hombres. Pero pidió aquella cerveza que a ese hombre también le gustaba. Es fácil concordar cuando se tiene el mismo gusto. La plática fluyó. Una cerveza se convierte en dos y luego en tres. De repente es de madrugada, el lugar va a cerrar y la amistad se ha forjado al fragor de botellas vacías. Un año después, ese hombre se había convertido en su mejor amigo. Dos años después, ese hombre es un cadáver sanguinolento en una sala mientras él lo ve desde arriba, con la camisa ensangrentada, los ojos llorosos y llenos de odio, insatisfecho porque la venganza nunca redime el alma.  Acaso sólo acentúa su malestar. Pero tenía que hacerlo. Se siente culpable de un crimen mucho más grande que el matar a su mejor amigo; el verdadero crimen fue no haber podido protegerla. Porque uno no mata a su mejor amigo así porque sí, sólo una atrocidad puede llevarte a matar a tu mejor amigo, como que él ultraje a la mujer que amas. La mujer que quieres siempre es la mejor medida del tiempo. Y ahora ella no está, ahora ella es una lápida repleta de crisantemos y azahares. Una lápida que no le dejaron visitar una última vez. En esto piensa mientras recorre el pasillo que forma la muchedumbre. A lo lejos ve la tarima; está hecha de metal: el mundo constantemente necesita espectáculos. Es más práctico instalar una tarima de metal que cada ejecución tener que poner una de madera. Encima de ella, coronada, incólume, está aquél aparato inventado por un francés que probablemente no la habría inventado de haber sabido que moriría en ella. Este es un mundo lleno de morbo cubierto en hipocresía. Las ejecuciones violentas están mal vistas, por eso se empezaron a ahorcar a los condenados, pero no hay atractivo en los ahorcamientos; todo sucede tan rápido y el espectáculo muere al sonido de un cuello roto. Pero la gente quiere ver sangre, la gente ha hecho las pases con la idea de que todo es efímero, que sucede tan pronto que a veces ni te enteras de que las cosas te están sucediendo, pero debe haber alguna constante que legitime que las cosas han sucedido: sangre escurriendo de una guillotina, una cicatriz, una serie de imágenes alojadas en la memoria. Sólo tenemos certeza de las cosas, cuando somos capaces de recordarlas.
Ahora que está por llegar al cadalso, siente los pies más pesados. La gente se impacienta. Están saboreando cada momento, tanto como él, pero ellos cuando esto acabe, irán a sus casas a seguir viviendo lo que sea que le dé sentido a su vida, pero para él, cuando esto acabe, ya no habrá nada. Ni dolor, ni goce, ni certeza, ni dudas. Nada. Ya no será. Y no se arrepiente de nada. Sólo podemos hablar de moral porque somos libres. Un acto no es ni bueno ni malo en sí mismo, lo que los hace de tal forma, es la intención con las que los hombres los realizamos. Por eso se siente traicionado por el sistema en el que funciona el mundo. Hizo algo malo por las razones correctas. De situaciones como esta está repleto el mundo, de ellas está formado el tejido de lo que llamamos realidad. Se siente desfallecer pero en la mañana, cuando fue el padre a escuchar su confesión, se prometió a si mismo no flaquear, enfrentar la muerte con entereza. Sin embargo, la piel le traiciona y palidece, como presagiando el color que habrá de tener cuando esté bajo la tierra. Camina lento y llueven tomates e improperios que le apuran los pasos. Por fin llega a la tarima del cadalso. Pasea la vista en rededor. La plaza está totalmente llena, algunos niños lo observan desde los hombros de sus padres. El mundo es un lugar absurdo, tan extraño que una ejecución es todo un acontecimiento. Y entonces llega. Vaticinan su llegada los vítores que exclama la multitud, expectante por el desenlace. El verdugo se abre paso entre la muchedumbre, todos le hacen camino, deseosos de verlo llegar. Mientras el verdugo se apura, él piensa en lo apropiado que es que haya un verdugo. Uno mismo siempre es el juez, jurado y verdugo de su propia vida. Somos responsables de nosotros mismos. Hace las pases con su vida mientras el verdugo sube los escalones de la tarima. Sus miradas se encuentran; una refulge y la otra se extingue.
Apenas le roza la mano, no es necesario que le ayuden. Él mismo se pone de rodillas frente a la guillotina, agacha la cabeza y piensa en su vida. No la cambiaría por nada. Con uno sólo de sus actos que cambiase, quizá todo sería distinto, pero entonces no sería él, el que está de rodillas ante una muchedumbre expectante, quizá no la habría conocido, quizá no habría vivido todas esas cosas a las que ahora se aferra en estos últimos alientos de vida. Memorias es todo lo que le queda. Eso y la liberadora sensación de haber hecho lo que quería. Ha llegado la hora. El verdugo ordena que se ponga en posición. Su penúltima sonrisa se la saca el darse cuenta que el respaldo de la guillotina para la cabeza está acolchonado. Alza la mirada, apenas ve a la gente, miles de ojos clavados en él, su última vista se la quiere dedicar al cielo. Fui tan bueno como me fue posible, piensa, mientras se encomienda a Dios. Unas aves revolotean en el cielo. Sonríe por última vez, pensando en ella. Asume la posición, agacha la cabeza…El tiempo se detiene, la guillotina llora, el silencio brota. La vida continúa.   

No hay comentarios:

Publicar un comentario