Presentación

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lunes, 17 de abril de 2017

Alocado impulso



Cuando se va al trabajo, a la escuela, se lee, se escribe, hay algo que empuja a realizar todas esas actividades. ¿La fuerza de la costumbre tendrá ese poder para motivarnos a hacer todo lo que hacemos? Eso sería absurdo porque decidimos qué hacer. Nos vemos movidos a actuar por la pasión. Todas nuestras acciones están mezcladas por alguna idea de lo que haremos, qué queremos lograr con ello, y por alguna pasión. El que alguien escriba algo, fruto mayormente de la razón, no deja de estar movido por el enojo, por la alegría, por el amor, por la ira. Hasta un acto como el sumar está movido por el gozo que causa constatar la certeza numérica. 

Anteriormente, cuando de alguien se decía que no tenía sangre, se hablaba de su falta de apetencia hacia la vida, de su conformidad con su circunstancia, de su falta de locura. El loco no es aquel que reinventa, ni pone de cabeza las ideas concebidas y aceptadas, parece, más bien, quien ama tanto, quien tiene tanta sangre, que intenta descubrir la verdad de la realidad. La realidad nunca es sencilla, por eso se necesita más que inteligencia para acercarse a comprenderla. Si la realidad es ordenada, se necesita más que escrupulosidad y rigurosidad para descubrir su orden. Parte de la complejidad de la realidad, tiene que ver con la relación del hombre con sus pares. ¿Cuál es la manera adecuada de relacionarse con los demás?, ¿cómo saber que un castigo es justo o injusto?, ¿cuál es la mejor manera de realizar justicia? Sólo un loco como Quijote o como Sócrates, de diferentes maneras cada uno, pueden enfrentarse a estas preguntas o intentar responderlas actuando justamente. La pregunta se puede formular, tal vez simplificar, pensando: ¿cuál es la mejor manera de ser hombre? Así como el Caballero de la Triste Figura es una respuesta y Sócrates otra, cada uno con sus respectivas y complejas diferencias, Jesús es otra, también con diferencias complicadas ante los otros dos. Pero Jesús nos lleva a una pregunta más compleja: ¿cuál es la adecuada relación entre el hombre y Dios? Quizá una posible contestación sea volver respuesta una pregunta recientemente planteada, sabiendo ser hombre, es decir, actuar de la mejor manera posible. Para lograrlo hace falta más que portarse bien, hay que saber por qué es bueno lo bueno, por qué el portarse bien no es una convención, ni un deber cuya única finalidad radiqua en la conservación de la sociedad. Hay que cuestionar locamente las ideas aceptadas por la convención, para que se pueda dar una respuesta verdadera.

Fulladosa

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