Presentación

Presentación

lunes, 10 de abril de 2017

En el octavo círculo

Desde que somos niños nos dicen que no nos dejemos engañar. Parece cuasi obligatorio ir adquiriendo cierta malicia para poder ser parte activa del mundo. Desarrollamos el sentido común para no ser tomados por tontos y confiamos en él durante toda nuestra vida –ojalá me equivoque en esto último. También aprendemos desde niños lo valiosos que somos y tratamos de perpetuar esa importancia por sobre todo. Y es que, ¿qué sería de nosotros sin nosotros mismos? En algún punto debemos aprender a defendernos del escarnio y la degradación mundanos. Es este punto en el que, del engaño pasivo, pasamos al engaño activo. Los hombres engañamos, ya sea por ignorantes, ya sea por deseo. ¿Qué podemos hacer ante el engaño? Parece que no mucho, pues radica en la ignorancia de aquel que recibe tal acto. ¿Es el engaño lo más natural al hombre?
            Engañar es manipular la voluntad ajena para alejarla de la búsqueda de la verdad: es destruir la libertad. Si los hombres engañamos es porque no somos libres.
            En el ciclo de la vida – ¡bendito sea!– el hombre busca darse un lugar en el mundo que le rodea. Desarrolla un modo de ser en el que, por equis o ye, ve en el otro un competidor que le permita avanzar. Queremos ser mejores en el fútbol e irle al mejor equipo, de la Liga MX o de la Premier League, eso no importa; queremos que la música que escuchamos sea la mejor, porque obviamente lo es: no es lo mismo José Alfredo Jiménez que Tito Guizar; también deseamos ser los más destacados en la escuela; y así con todo. Para poder ser los mejores, engañamos a los otros con nuestros fabulosos argumentos, y nos engañamos a nosotros mismos con nuestras maravillosas intuiciones.
            Somos los condenados al engaño, por lo cual, aparentemente, no podemos hacer nada, ya que la condena es ineludible; eso pensarían los treinta tiranos, los héroes homéricos y los jurisconsultos romanos. Somos los engañadores, y ante ello podemos tener la buena voluntad (que es otro de los sentidos humanos) de no engañarnos pues reconocemos que no podemos ser libres de decidir: ya todo está decidido. Podemos vivir en nuestro engaño e ignorantemente engañar a otros. Pero engañar a otros voluntariamente es no desear la libertad, es ir en contra de Dios. Podemos ser fuertes y buscar la verdad detrás de nuestro engaño, hacerlo es una cuestión de amor, fidelidad y esperanza, hacerlo es ir en contra de la naturaleza.
            El engaño no es natural, es un deseo natural que nos da la impresión, como a los cavernarios, de estar ante el mundo y de haberlo hecho nuestro. Engañamos a nuestros amigos, que no son nuestros amigos y sólo son nuestro medio de perpetuarnos. Engañamos a nuestros padres siguiendo su educación. Creemos engañar a Dios buscando la verdad lejos de Él. Y después de mucho engañar caemos en el octavo círculo.
Sólo amar al prójimo nos aleja de engañarlo, pues no podemos despreciar la libertad de aquel que amamos.

Talio

Maltratando a la musa

        Niña asura

Niña con curvas sinceras,
dime dónde, dime cuándo,
irás por las trajineras,
a otros hombres, llevando
amores fieles. Esperas
que cada uno, esperando,

te dé, enteros, sus racimos
de dedos, de ojos, de besos
bailando, haciéndose mimos
entre calores muy gruesos;
maquillaje para albinos:
rojo, de deseos ilesos.

Niña de miradas tiernas,
dime cómo, dime a qué hora,
desencadenas tus piernas.
Quisiera que fuese en la aurora
con mis energías eternas,
quisiera que fuese ahora

porque, siéndote sincero,
no me importa que otros hombres
gocen de tu cuerpo fiero
llenándome de hecatombes,
pues bien sabes que te quiero
como rico y como pobre.

Niña de corazón iluso,
dime por y para qué,
en tu corazón languso ,
alimentando la fe,
se juega un disparo ruso
que no sabe para quién

es el favor de tu velo.
Quiero ser el elegido
que reciba los destellos
de la bala que ha salido
en el disparo; son los fuegos
que llenan el corazón de ruido.

Niña de pasiones sordas,
dime quién, dime cuál
de los hombres, de las bocas,
te ha besado sin cesar
haciendo las horas pocas,
llenándote de la mar.

Ninguna, estoy muy seguro,
ha podido despertarte
el lascivo deseo oscuro,
que se esconde en cada parte.
No te escapes de Epicuro.

Ven y déjame amarte.






No hay comentarios:

Publicar un comentario