Presentación

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lunes, 15 de mayo de 2017

Dramatismo de la vida

Dramatismo de la vida
Es una respuesta bastante cómoda el decir que lo histórico se divide de lo poético en la cualidad de lo verdadero. El personaje histórico (no sé si el término personaje sea algo heredado de lo poético, o viceversa), a pesar de vivir en un terreno que tiene que ser evocado como la palabra poética a una distancia que le da en parte el nombre de histórico, parece fácilmente distinguible por la relación de sus hechos, de su efecto en una línea temporal y causal. Sus palabras, sus pensamientos provienen, a veces, de lo anecdótico, otras, de su propia producción literaria. No existe un narrador que lo modele, decimos, a pesar de que la historia siempre es narración selecta: no todo hecho es contado por un historiador. Pero la frontera está mal delineada si admitimos que lo verdadero en lo histórico atiende a un estilo de la narración. Atiende, eso sí, a un uso de la palabra distinto al poético. Los personajes poéticos son creaciones, despliegues de un narrador que escoge también la manera de presentarse al pensamiento; se requiere que pensemos en ellos como personas.
Lo poético de un personaje dramático no está sólo en el asiento que tiene en la imaginación de quien lo recrea y de quien lo modeló. Para la historia se requiere imaginación a fin de cuentas. Sospecho que un historiador al que la imaginación no le sirva para interpretar y contar su percepción histórica no tiene el talento mínimo para su oficio. Por eso historiar no es lo mismo que recopilar información sobre un lapso de tiempo. Es absurdo que un escritor ponga al principio de sus obras dramáticas o narrativas que todo lo que en él se contiene no sucedió en ningún momento tal y como él lo refiere: esa es una barrera que el lector tiene que superar. Lo tiene que hacer si quiere llegar a pensar la importancia de una obra literaria, tanto histórica como poética. Lo tiene que hacer si quiere comprenderse histórica y poéticamente. No basta para esa comprensión que piense que la ficción es la base de la distinción porque así no podrá verse propio de la ficción. Su comprensión de lo poético será igual de pobre que su comprensión de lo histórico. Por ende, su comprensión de sí y de lo que vive se verá también empobrecida. Todo el tiempo, aunque no se percate, estará creyendo que el límite del pensamiento de lo que se le presente será siempre arbitrario, fugaz, inmediato: “práctico”.

¿No somos, en algún sentido, personajes de nuestras propias vidas? Ahí hay un problema que puede palparse en el pensamiento común de manera sencilla. Se cree que el dramatismo de la vida es algo impuesto por nosotros. No hay que hacer mala poesía de la libertad. El problema es, en el fondo, grave para todo aquel que busque saber si es posible todavía comprender algo de su propia vida. Si la verdad está en los hechos, ¿por qué puede un personaje dramático parecerse a nosotros, simpatizarnos al grado de ser influidos por él sin que nos demos cuenta? ¿Será sólo que es parte de los embrujos de los escritores, embrujos como los de Cervantes? Si el límite fuera tan claro, la palabra no tendría efecto alguno. Por eso lo importante de la lectura es que nuestro mundo, iluminado por nuestro lenguaje, sea mejor entendido, mejor enfrentado con la poesía que es también el mundo. La comprensión histórica permite que la narración de hechos no sea sólo una simple relación. El interés de la historia en abordar el pasado es establecer una posibilidad de ser en paralelo con los procesos. Aprovecha la naturaleza del tiempo para comprender las razones del presente a través de la acción y el pensamiento del hombre anterior. La intimidad a la que llegamos con el narrador rebasa las pretensiones históricas, pero no las puede abandonar: el conocimiento literario, en tanto creación relativa al hombre, habla del hombre de un tiempo, y aspira a clásico en tanto que nunca termina su tiempo para el lector.


Tacitus

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