Firmes flechas de carne roja y blanca
vuelan entres los vientos de los dedos,
rociados de amarillo cual torpedos
que siembran más flechas entre las trancas.
Recorren otros sembradíos de carne
arados con rayos blancos ardientes;
azadones que en golpes estridentes
propician que blanco y rojo reencarnen.
El espejo de dientes y de labios
revela las bondades de esta fruta
al placer que a mordidas la disfruta.
Soplidos siempre dulces, nunca agrios
han plasmado su aroma en mi cabeza.
Ahora la tierra y la flecha son de fresa.
Talio
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