Somos el tiempo que pasa lento.
Ding es nacer, dong es morir.
Somos arena en movimiento
en la clepsidra de este vivir.
Somos espina de una corona
sobre la frente de un redentor.
Somos venganza que no perdona
porque no sabe tanto de amor.
Somos serpiente que se alimenta
de la inocencia de los instintos.
Somos el hambre que se violenta
en donde come un hombre distinto.
Somos la llaga de la costilla
en un ejemplo crucificado,
devoradores de maravillas
que el mundo mismo nos ha brindado.
Somos plegaria de una mamá
desconsolada porque ha perdido
a un hijo bueno que busca el mal,
que va y se enfrenta a un mundo podrido.
Somos respiro de un ser nonato,
la muerte lenta de un terminal.
Somos imagen de un Dios ingrato.
Somos condena de un criminal.
Somos veneno de lo que amamos.
Mueren las flores en los jardines
pues casi siempre nos propasamos
de tierra y agua que sean afines.
Somos un cuento cierto en el mundo,
un hombre ciego sin quien lo mire,
un hombre solo hecho vagabundo,
un hombre muerto sin quien lo inspire.
Somos novela de cada día,
una mujer que es desvalorada,
una mujer sin paz ni alegría,
una mujer que no vale nada.
Somos arena quemando ojos
montada al viento por el desierto.
Somos creaciones hechas rastrojo,
siembra que comen los cuervos muertos.
Somos silueta tras la cortina,
difuminada por tanta tela,
que nos perdimos en una esquina
dejando huella con cruz y vela.
Somos bohemios del valle eterno,
caídos a un hoyo sin escalera,
somos quien hace el mundo un infierno
y aún deseamos que Dios nos quiera.
Glauco
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