a valer menos que un perro,
a no ser merecedor
del amor del hombre bueno
porque no despierto el tierno
compadecer de su ego.
Soy presa de un miedo inmenso.
Le tengo miedo a que el pueblo
me obligue a mirar primero
lo que quiere que yo vea
y no el entero universo.
Temo que me ponga un velo
que me impida ver el cielo.
Al pueblo le tengo miedo.
Tengo miedo del veneno
de quien se dice correcto
y me dicta tanto mal
como si aquello que pienso
no pudiera verse cierto
porque no se ve en el tiempo.
Es un gran miedo el que tengo.
Le temo al hombre perfecto,
al que no teme estar muerto
porque no comete error.
Le temo porque me siento
como un alma sin cuerpo
cuando me impone su espejo.
Al hombre perfecto temo.
Siento un gran temor adentro,
en mi triste pensamiento,
a que pueda suceder,
en uno u otro momento,
que la mirada del ciego
se vea como acto violento.
Es grande el miedo que siento.
En verdad siento un gran miedo
a todo lo que tenemos
impuesto en nuestro pensar,
porque ver lo que no vemos
es de locos, no de cuerdos,
porque me es difícil verlo.
A la verdad le tememos.
Glauco
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