Los incesantes respiros
que cortan por las noches el ramaje,
y tocan pedigüeños las ventanas,
acaban con los suspiros
llenando de cuchillas el paisaje
y de invisible fuego las mañanas.
Las inquietudes del humo
rebosan en los rostros de los viles
y de los santos —¿dónde estará el mío?
El viento vuelve neblumo
al incapaz deseo de los abriles.
El viento no es el viento sino el frío.
Glauco
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