está arraigada en mis huesos;
tengo los sentires lesos,
mis manos vacías de dote.
Al igual que un sacerdote
franciscano, yo rechazo
la nutrición del ocaso
y el placer contemplativo.
Casi soy un muerto vivo,
un camino sin un paso.
En el infinito estambre
me empecino, me entretengo.
Algunas veces me abstengo
y otras me calmo con fiambre.
No hay un solo día que el hambre
de mis entrañas no brote,
vigila cual tecolote
mi silueta en la ventana.
De mis entrañas emana
la maldición del coyote.
Glauco
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