andan más que confundidos,
antes que las melodías
prefieren los alaridos.
Hace poco fui testigo
de lo que antes afirmé.
Fui al concierto de un amigo
y a ese concierto fue
un muchachito estruendoso,
por su madre acompañado,
que, por su acto vergonzoso,
parecía estar obligado
a estar en ese lugar.
Él gritaba con fuertemente:
“¡Ya comiencen a cantar!
¡Se está durmiendo la gente!”
De repente un jovencito
se plantó en el escenario
y lanzando un tenue grito
nos dió un canto originario.
El otro joven gritaba:
“¡Órale, canta más fuerte!”
El público se indignaba
y le deseaba la muerte.
El otro siguió cantando
sin inmutarse siquiera.
El artista sabe cuándo
callar al que vocifera.
Sin embargo, el imprudente
en la cuenta no cayó
y en un silencio estridente
al cantante le gritó:
“¡Pero cántale con huevos!,
te dije desde hace rato.”
Este chico es de los nuevos:
no saben que es un castrato.
En ese justo momento
se desintegró el cantante
y todo su descontento
se volvió un canto hilarante.
Nadie pudo contenerse
oyendo tal ironía.
La risa pudo imponerse
hasta el cansancio ese día.
Glauco
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