ni lloro, por los vivos, cada pena.
No lloro ese destino que es cadena
ni lloro aquella llave que es la suerte.
No lloro el tropezón que es en pecado
ni lloro por la bella penitencia.
No lloro al fuego que es la incandescencia
ni lloro la pasión que me ha salvado.
Le lloro a lo imposible, al redimido,
a aquel que de lo eterno se desprende.
Le lloro al fuego nuevo que se enciende
en todo corazón que ha sido herido.
El llanto no me arranca la manera
de amarte ayer y siempre, allí en la espera.
Glauco
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