Presentación

Presentación

domingo, 11 de diciembre de 2016

Humanidad y poesia

Humanidad y poesía

El genio puede habitar en lo que llamamos popular. Puede haber poesía popular y arte en el alma que no ha adquirido ni puede adquirir por sus orígenes y por su hechura el estatus de cultura. Ni los folkloristas ni los intelectuales de la universidad pueden conciliarse al respecto, porque no abordan correctamente el sentido y el problema que sugiere la existencia de la cultura en toda civilización. Están entre el prejuicio del multiculturalismo y la exigencia elitista de la verdad que hace de ella un lugar privilegiado, en el sentido que se los permiten sus prejuicios intelectuales que, por otro lado, los dejan promover o atacar las expresiones de dichos prejuicios. La verdad se les escapa porque simplemente no están dispuestos a que la cultura sea interpretada en un sentido histórico que no sea la de la creación del sujeto o la de la hermenéutica que no lee, sino que sólo divaga.
No es la palabra expresión de la cultura, sino que la palabra es lo que realiza la cultura. Lo mismo con el arte. Existe la poesía popular porque el ingenio para lo musical y la efectividad de una construcción verbal en torno a lo mundano es algo transmitido en la captación más elemental de la repetición. Muchos hemos repetido juegos a base de rimas sin habernos detenido a analizar el conteo de las sílabas, así como no nos detenemos a pensar en las partes de una canción para gozarla. Hemos aprovechado el doble sentido de la palabra, recreándonos en la metáfora. No es necesario ser mexicanista para defender esa conexión que todo hombre goza entre su lenguaje y el modo en que percibe la vida entre su coterráneos.
Lo popular no se distingue de lo que no lo es sólo por su carácter vulgar. La popularidad no es igual a la vulgaridad, aunque muchas veces se mezclen. La popularidad reconoce el genio que reside en algo compartido con mayor facilidad. La canción popular no es la sonata para piano simplemente porque las sonatas para piano tienen una complejidad que nació en otro terreno del arte; es más probable encontrarnos que el vecino tararee una tonada hecha por José Alfredo que oírlo silbar algo de Mozart. Eso no le resta universalidad, creatividad o arte a ambas expresiones; tampoco cultura. Lo popular en una canción de José Alfredo está tanto en la tonada casi monorítmica como en lo que enseña y se vive por su palabra: la negrura, por ejemplo, del destino de un despechado (“yo sentía que mi vida se perdía en un abismo profundo y negro, como mi suerte”). Dirán siempre que su arte no requería del genio de Mozart, lo cual es cierto, porque sólo el genio de José Alfredo, tan relacionado con el deseo del alcohol y la emanación de una mujer caprichosa, podía darnos una joya metafórica semejante (¿cómo es que la suerte puede ser negra y abismal, terrorífica, insalvable?) que se lleva mejor, es cierto también, con el guitarreo constante y leve que la canción mexicana lleva en su ser, ritmo que se acopla incluso a ese arbitrio poético en el sonido de las palabras, parte elemental de lo poético:

yo sentía que mi vida se perdía
en un abismo profundo y negro,
como mi suerte.

Ese pudor que se apodera del intelectual reside, creo, en la peste que cree que lo popular tiene. Y ese es un prejuicio acerca de la cultura y del sentido de su universalidad. Lo popular, para él, es la creatividad de la vida baja. No ve que la verdad es más amplia que el genio, y no al revés. La palabra puede perseguir el milagro por el que vivimos para siempre. La universalidad de lo popular es distinta a la que poseen los hombres cuya obra merece encumbrarse y dirigirse al terreno de la literatura y el arte transmisible de un lugar para el mundo y el hombre. La cultura distingue y puede unir en esos sentidos. Si hay expresiones populares, eso claramente distingue en las expresiones e ingenios que la lengua y la necesidad en nosotros. La cultura está hecha sobre eso. La producción de la vida en común; la comprensión compartida de la vida: un hombre culto requiere de la lectura y de las artes porque por ellas su vida es mejor, en tanto que el gusto por saber y comprender el mundo lo mejor que pueda le permiten ser, en el sentido más propio de la palabra, feliz y libre. La poesía y el arte, así como la reflexión, son valiosas en sí mismas, cuando de verdad llevan ese nombre.

Tacitus

sábado, 10 de diciembre de 2016

Grados de existencia



Grados de existencia
Cuando recordé que hoy tenía que escribir para el blog, creí que era conveniente hablar de un asusto muy próximo a esta fecha, es decir, sobre la Virgen de Guadalupe. Recordé que en la clase de Filosofía de México (o en México) II, debíamos entregar un ensayo final. A pesar de haber visto diversos temas, de los que, a mi parecer, eran más cercanos a la historia que a la filosofía, recurrí a un escrito de Fray Bartolomé de las Casas, que atañía la cuestión de la “virgen morena”. Sinceramente, no recuerdo muy bien en qué consistía dicho escrito, sin embargo, sé que hablaba sobre el posible mito con el que se sustentaba a tal divinidad. Se explicaba cómo se había cruzado tanto la ideología india como la española, las cuales habían creado una especie de veneración que cabía perfectamente para los propósitos de cada quien. Así, el texto continuaba, dando una serie de razones sobre la posible falsedad de nuestra adorada “madrecita”. Como en ese entonces me creía un ateo de hueso colorado, sin importar lo que escribiese sobre tal asunto, decidí escribir sobre ello. Las consecuencias al respecto fueron nulas, un escrito que pudo o no haber sido redactado, ya que su importancia era limitada o mejor dicho no existía.
Hoy nuevamente quise hablar sobre lo mismo, pero ¿quién soy yo para andar juzgado a un aspecto tan importante y que posee en sí mismo un sentido más allá de mis posibilidades de compresión? Si Bartolomé de las Casas no pudo demeritarla, ¿acaso yo puedo? Creo que las respuestas a estas dos preguntas están más que respondidas. No obstante, sólo quisiera comentar algo que, a la hora de volver a pensar sobre la cuestión en cometo, me hizo pensar en una imagen que tenía guardada en la memoria: sobre la existencia de las cosas. ¿Qué es la existencia? ¿Alguien se ha preguntado si existe o si sólo es un personaje ficticio como el de la nivola de Unamuno o como el de El mundo de Sofía? Ahora bien, si existimos ¿lo hacemos realmente? ¿Cómo estamos seguros de ello? Quizá sea obvio que existimos, pero ¿existimos de verdad, esto es, real y efectivamente? ¿Qué es lo verdadero y qué es lo que nos consta para que “eso” sea de manera efectiva? Tal vez Peter Parker tiene una existencia mayor que la de los cómics y de las caricaturas, e incluso sobre la de nosotros. “Tal vez” es una palabra que no corresponde a este último cuestionamiento, pues sería mentir al respecto, debido a que es probabilísimo que Parker tiene una existencia superior a todos nosotros, aun viviendo muchas vidas.
Asimismo, pienso en un capítulo de South Park en la que Kyle termina dando un discurso, donde concluye afirmando que Santa Claus o el Rey León, por ejemplo, poseen más existencia que todos nosotros, y digo, a su vez, que esta comedia tendrá más de interesante lo que nuestras limitadas vidas y mediáticos pensamientos podrán concebir y realizar. Por lo tanto, hay que seguir adorando a esa divinidad que “realmente existe, que hace milagros, que ha ayudado a tantos, y por la que se persigan aquellos que antes de quitarnos nuestras cosas piensan en ella. Además, cabe mencionar, y es algo de lo que estoy totalmente seguro, la existencia no depende de un Dios todopoderoso, que nos creó a su imagen y semejanza o como él quiso hacerlo, sino que la existencia depende de los otros, pues nuestra existencia está en el reconocimiento del otro, ya que si “el otro” no concibe que “yo” estoy vivo, que existo, que soy alguien, simplemente no existo, es decir, que no existo al menos para él; pero imaginemos que así fuese con cada uno de nosotros, es obvio que nadie existiría, ni en el grado más mínimo, como el de este escrito, pues si no es leído, no existe, ni nadie lo escribió…

Ínez Godin

jueves, 8 de diciembre de 2016

Una piedra en mi camino

Hace 750 días las piedras eran para mí piedras, sólo un pedacito de lugar que me gustaba conservar de los sitios que había visitado. Era una broma privada: un souvenir de valor incalculable, literelmante. Así qué hace 750 días me traje un trocito de San Luis Potosí, creyendo, ingenua, que esa piedra era sólo una piedra más; sólo un objeto al que yo sujeto le daba significado.

Tras un velo recuerdo las aves exóticas, el olor sobrecargado a vegetación, la psicodelia de aquel jardín, lo inverosímil de aquellas emociones. Cuando llegué a la Ciudad de México me sentía aletargada. Llegué a creer que mi corazón desbordandose había sido sólo una alucinación  y que aquel visceral viaje había sido un sueño narcótico.

El laberinto que construyó Edward James mareó mi cordura, sofocó mis sentidos y ahí extravíe la cuerda que me sujetaba al mundo <real>. Aquella piedra lo observó todo, me miró alucinar, divagar y extraviarme en aquel bosque tropical. Guardó silencio cuando la tomé y en todo el camino se hizo la dormida. Cuando llegamos a casa, era tanto el caos que no la vi reptar hacia un altar, yo estaba tan cansada porque al final del camino "ella" pesaba como veinte cadáveres.

Por más de 700 días me observó con su aura de humedad exótica y siniestra, de vitalidad sobrenatural. Me aplastaba con su presencia morbosa. Todas las noches me susurraba historias de paisajes afrodisiacos, promesas de idilio, caricias a forma de placebo. Cada noche y cada día aquel pedazo de tiempo materializado me asechó, me succionó la esencia y terminé enfermando. Creí perderla cordura. Anduve a tientas, tropezando en la oscuridad, dudando frío y con la ansiedad de no saber qué pasa. Así pasaron los días: yo enferma y demacrada, "ella" altanera, posicionado en su altar.

Una tarde de otoño, una fuente comenzó a danzar para mí, el Sol estaba ocultándose y besó mi piel entumecida. Un espectáculo de luces y calidez me obligó a abrir lentamente los ojos, a salir de esa tétrica y absurda fantasía. Dejé de soñar con el alba sobre el mar. Comencé a reconocer mi imagen en el espejo. Volví a tomar mi pluma. Volví a amar el paso del tiempo.

Aquella roca la hallé sin ningún rastro de vida, sólo quedaba su cuerpo inherte. Ya no había indicio de la presencia surrealista de mil ecos en ella, ya no me asechaba, ni siquiera olía a muerte. Hoy ya no está en un altar, ocupa un lugar juntó a las demás piedras que he traído de los lugares que visité. 750 días después ya no soy un fantasma y aquella roca es sólo una roca.

martes, 6 de diciembre de 2016

Belzhit

Durante el día veo tu rostro,
te acercas a mí con disimulo.
Me dices: "No, ya no sigas mi amado".
Y yo yaciendo trémulo.

Veo una nueva imagen,
tierna, para mí desgaste.
Quiero amar, pero tú volátil,
me dejaste sin amarme.

Durante la noche veo mi rostro,
alejándose de pronto.
Y digo: "¡Qué dicha haberte amado!".
Que amargo haberte dejado.


Aurelius