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4
de septiembre de 1885
Queridísimo amado mío:
No puedo esperar a verte.
Estos tres meses se alargan como un siglo en mi corazón. Tus letras no valen
tanto como los sonidos de tu voz y la blancura del papel es infinitamente más
fría que la tersa calidez de tu piel. El tiempo no transcurre sin ti, ¿Cómo
salir del letargo en que me tiene tu ausencia? Sólo me muevo para revisar el
buzón y me decepciona terriblemente encontrarlo vacío.
El otro día vino Carla a
visitarme. Quería sacarme de casa porque no me había visto en días. Incluso
pasear con ella por la orilla del lago, mirando las colinas, verdes de pasto, y
los árboles con sus hojas otoñales color mostaza, se volvió algo tedioso. No
podía disfrutar de su conversación; no podía concentrarme. Mis divagaciones me
traían siempre contigo. Pasamos por el claro donde me besaste la primera vez,
vimos los peces rojos de cuyo tamaño te admirabas tanto, nos sentamos en la
banca donde tanto te gusta leer en medio de tus paseos dominicales ¡tantas
imágenes tuyas!
Me tiene en vela pensar en
que te pueda suceder algún mal en esos lugares tan alejados de la patria, tan
extraños a nosotros.
Dime que volverás pronto,
con bien. Dímelo por favor. Dímelo por carta y que mi buzón nuevamente sea
portador de buenas noticias. No dejes que siga siendo tan sólo vacío.
Tuya
por siempre, Linda.
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Lado B:
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Las nubes
– ¿Qué hace usted ahí ahora?
–
¿No es fantástico?
–
¿Qué?
– Hace
un momento estaba mirando las nubes. Debido seguramente a los vientos,
remolineaban todas hacia la derecha, formando espirales grandes o pequeños, Y unas
se movían más rápido que las otras, de manera casi hipnótica, y luego iban
desapareciendo, desvaneciéndose.
– ¿Y
cuál es el punto de ello?
– ¿Necesita
tener un “punto” algo que es sencillamente hermoso?
–
Pues no veo a qué viene tanto cuento. He visto las nubes formar remolinos varias
veces y, como usted dice, seguramente es el viento el que les produce tales
movimientos. No le veo gran ciencia.
– Me
imaginaba que cada remolino pertenece a un hombre, unos más veloces, otros más
tranquilos. Unos se desvanecen pronto, mientras otros permanecen un buen
tiempo, dependiendo de cómo les pega el viento…
–
Pero todos terminan por desvanecerse, ¿no es así?
– Supongo,
aunque, según dicen, las nubes se condensan y bajan con la lluvia y…
– Tal
vez ya ha divagado usted demasiado en torno a esto. Creo que debería volver a
sus labores; hace un mes, nuestra sección quedó por debajo del promedio en
cuanto a productividad y no quiero que perdamos nuestros bonos…
– No
hay de qué preocuparse. Yo tampoco quisiera que perdamos nuestros bonos. Sin
embargo el asunto va en orden con el tiempo. (Pausa.) Vuelvo a mis labores.
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L. PULPDAM
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