Quien escribe no puede escaparse de su lector. De cualquier modo mantiene una relación con quien vaya a leerlo. No importa si se escribe una simple nota adherible o un extenso ensayo científico, lo que anotamos tiene una intención respecto a nuestro lector. En ocasiones buscamos provocar un escozor, ya sea a modo de irritación o incomodidad, otras alegrar el día motivando la persona o resaltándole por qué fue bueno levantarse de la cama, También vale pena mencionar la intención más parca de todas: otorgar sólo información al lector, la simple divulgación. Entre éstas que hemos dicho, cabe añadir al humor, cuando un escritor busca despertar la risa en quien lo lee.
Para lograr lo anterior aprovecha muchos recursos, para un propósito difícil siempre será bienvenido cualquier ayuda. Puede apoyarse contando chistes, un arte con sencillez engañosa. Quien no tiene la picardía y el ingenio suficiente fracasa hasta desembocar en el desastre. En vez de generar una risa viva y sincera, el lector puede acabar irritado o sintiendo vergüenza por él. Muchas veces desprestigiamos el arte por estos hombres torpes, decimos que los chistes son el grado más burdo para hacer reír, y no: lo deficiente no es el arte, sino quien no es hábil para ello. Peor aún si éste resulta un fanfarrón.
Otro modo para escribir con humor reside en la sutilidad. Aunque esta vía no sea muy distante a la anterior, lo que sí se diferencia es la reserva, sorpresa y finura. Quien escribe sutilmente puede generar una risa inesperada, misma que agrada todavía más por no creer que pudiera nacer en ese momento. Nos sorprendemos por la diversión que nos causa leer tal cosa, una que no sospechábamos que aguardaba en los confines del escrito. Sin embargo, también para realizar esto se requiere un gran esfuerzo: saber en qué partes uno puede esconder una risa, entender su escrito por completo e incluso imaginar a sus posibles lectores. Nos damos cuenta que para que tenga éxito es necesario considerar a su lector. Para ingresar silenciosamente a la casa es menester que primero la imaginemos con la mayor precisión posible.
Sin ir muy lejos, otra variación de la sutileza está en un cambio con el lector. Tratando de conocerlo e imaginarlo, bien podemos despertar su risa o engañarlo. El gato no sólo se atreve a entrar a nuestro hogar para esconderse, se manifiesta y sale sin que lo advirtamos. Termina la noche y vemos el desorden, y no sabemos qué pasó. Esta situación no se trata de la deficiencia en el lector, sino de la maña en el escritor: en realidad el gato ya no está, por mucho que lo busquemos. No espera en que lo hallemos, se burla de nosotros al figurarnos eso. Sus pisadas silenciosas han tenido efecto, nos dejan confundido si en realidad han estado ahí.
En ocasiones puede resultar un juego muy divertido y hasta importante para la interpretación del texto, no obstante puede prestarse para ofrecer cobre por oro. Cuando la desaparición del gato forma parte del escrito, como un elemento en la lectura, resulta un silencio interpretable, el escrito aún está diciéndonos algo aunque calle. En términos divulgativos, aún brinda información. En el otro caso, sólo quiere impresionarnos, lo cual puede ser incluso burla. Aquí lector no está al mismo nivel que el escritor y su relación no tiene como fin conversar con él. Propiamente ni podemos hablar de vinculación.
Por mucho que la escritura brille por su estilo, una verdaderamente bella siempre nos dice algo. La apariencia no basta para tener una experiencia plena de lectura. Esto se nota en el humor. Nos gusta sorprendernos en nuestras risas, maravillarnos ante el ingenio de los autores, no obstante sucede porque realmente hallamos algo. La maravilla no está en vernos confundidos, sino que además encontremos al gato
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