Presentación

Presentación

miércoles, 9 de diciembre de 2015

Visita al teatro

Tuve la oportunidad de asistir anoche a una función teatral. Si hubiera dicho esto a cualquier lector asiduo de Tiempo Libre, tal vez no hubiera generado alguna reacción (aunque si éste fuera un amante del teatro, me haría preguntas acerca de la obra o mi experiencia). Me imagino que en la zona capitalina del país resulta muy común el teatro. No importa si es muy pequeño o monumental, el citadino puede encontrar un teatro cercano a donde vive, en ocasiones a un precio muy cómodo. O si el citadino no es visitante frecuente de estos lugares, por lo menos camina por las calles con la publicidad teatral invadiendo sus ojos. Donde vivo no ocurre tal situación: la publicidad es tan discreta que sólo aprovecha los postes de luz y muy pocas mantas, y claro sólo sucede cuando llega a venir una obra para esta región. Por lo regular el único teatro real que tenemos se limita a presentar actos oficiales, competencias de baile y uno que otro espectáculo familiar (hemos sido afortunado al recibir la visita de Santa Claus y a Pancho de Plaza Sesámo). 

Esta cartelera ha tenido sus consecuencias en los espectadores. Mientras hacíamos una larga fila para ingresar, varios se apuraban en comprar sus golosinas para la función. No les gustaría interrumpirse por los caprichos de la barriga. Ya sentado donde me correspondía, notaba cómo entraban los asistentes con nachos, palomitas y bolsas de dulces para disfrutar durante la obra. Por unos momentos las butacas teatrales se convirtieron en butacas de cine. No bastó esto o que la espera estuviera acompañada de éxitos radiofónicos pasados (como la Radio en el cine), lo que confirmó la transformación fue un hábito desagradable recurrente en las salas mexicanas: la impuntualidad. Debido a que ya tienen comprado el boleto, varios espectadores siente la confianza de llegar tarde al cine, todavía más por la reservación previa de asientos.Saben que si logran ingresar con sigilo, no ocurrirá nada, nadie les restringirá el acceso o les llamará la atención (aunque si el ruido es mucho el público se vuelve más severo o estricto que un mismo empleado). Incluso los cortos no sólo sirven para promocionar, asimismo resultan los mejores aliados de los impuntuales. Este ingreso tardío no interfiere en la función: ni las explosiones se detendrán o las estrellas se dejarán de desplegar por unos pasos sobre la alfombra. Ocurre algo similar con los espectáculos familiares, el grito de los niños o las familias acomodándose pueden parar la parafernalia en el escenario. Al contrario, avivan la euforia en el recinto.

Esta era la segunda vez que la compañía teatral venía en el año. Hace meses trajo la otra obra que representan y ahí varios actores detuvieron la obra por la impuntualidad de algunos asistentes. Todas estas evidencias parecerían apuntar a que donde vivo no somos un público preparado para el teatro. Esta falta de preparación o apreciación tal vez haya hecho tan frecuente que nos visiten una peculiar forma de obras de teatro: este espectáculo no es llamativo por sus musicales o lo colorido en sus vestuarios, sino que atrae por el brillo de la estrella de telenovela. Tuve esta duda al finalizar la función. No pude resolverla, tal vez se debió a que me distraje con otra cosa: al final escuchaba cómo varias personas a mi lado platicaban acerca de lo que pensaron de la obra, incluso un par de ellas tuvieron que sentarse en la mesa del vestíbulo antes de partir. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario