Son muchos los errores que cometemos.
Tropiezos y más tropiezos conforman el vivir. Se nos dice que no hay que pensar
a estos tropiezos como algo negativo. Que son algo natural, que hace que se
pueda alcanzar lo mejor. Nadie nace sabiendo, es una frase muy utilizada, que
nos da fortaleza y nos motiva a continuar, aún con nuestros pequeños tropiezos.
Aunque por otro lado, por mucho que se afirme y se proclame la aceptación al
error, el miedo y la inseguridad que despierta el errar en todos los hombres son
visibles, no se pueden evadir, ni ocultar. Siendo entre los hombres intelectuales, un poco mayor y más frenético este temor. Miedo al ridículo,
como lo presenta Alejo Karamazov, es lo que desmotiva y aleja a los hombres de
compartir sus ideas. El ridículo es el temor más grande, si se está frente a
una ola de jóvenes y adultos, que intentan asumirse como superiores, como
mejores hombres. Con ellos el error no
es admisible, así como tampoco el no escribir con un poco de belleza, claridad y profundidad, puesto que si incurres
en estos errores su crítica no se detendrá.
Pensando en ello, se puede notar que
si bien el miedo inspira esté afán de perfección, de mejoría, también tiene
como consecuencia que muchas voces se sumerjan en el silencio. Pero frente a qué
hombres son con los que surge ese miedo a expresarnos. Por mi parte pienso que
es frente a los desconocidos. Esos desconocidos que pueden tornarse enemigos, posibles
rivales, hombres que pueden ser inquisidores que destrocen y maten nuestras ideas.
Sólo con esos hombres surge el miedo. Puesto
que, si las letras, el flujo de las ideas se ve dirigido a un amigo, se
comparte con esos hombres que son amigos, este miedo no se ve presente. (Me
aventuró a decir que el terror a la equivocación no tiene valor cuando topa con
la amistad). Al hablar con el amigo las voces corren con libertad. Con el amigo
los errores y la crítica no son una carga.
Esto es así porque ¿qué hombre no
quiere ver feliz a un amigo? ¿Qué hombre aceptaría hacer daño a un amigo? Las
palabras cobran valor, importancia y belleza cuando se dicen para hacer al otro
un bien. Ninguna palabra dicha por un amigo será desechada, ni menospreciada. Con el amigo siempre se intenta compartir lo
mejor de nosotros y se tiene la confianza de que él también hace lo mismo hacia
nosotros. Las críticas, las correcciones y consejos, son bien aceptados cuando
un amigo es quien lo dice. Entonces frente a ese miedo al ridículo, sólo puede verse
librado aquel hombre que habla, que
comparte ideas y opiniones con sus
amigos.
El ayudar a otros, a que sus ideas brillen,
sólo puede ser tarea que se realice entre amigos. Los amigos que comparten sus
ideas, sus anhelos y preocupaciones, mutuamente se ayudan a alcanzar la
felicidad. Es así como puedo concluir que entre los intelectuales, y entre la
mayoría de los hombres, el mayor error podría
ser la falta de amistad.
Sarasvati
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