Presentación

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lunes, 11 de enero de 2016

Amor y naturaleza

Amor y naturaleza
La naturaleza es ambigua. Se confunde constantemente con lo recurrente, lo normal y lo acostumbrado. No obstante, ninguna de esas palabras alcanza para saber explicarnos satisfactoriamente cuando queremos hablar de cosas naturales. Vemos esas regularidades y constancias en el mundo, e incluso llegamos a establecer un vínculo entre el curso natural de las cosas y lo bueno. Es decir, nuestras ideas e interpretaciones en torno a “lo natural” fundan en buena medida nuestras afirmaciones sobre la práctica y la política, así como los resquicios de la ética en nuestras consciencias. Sin embargo, el paso de lo natural a lo correcto no es uno que se dé sencillamente. Encierra, por lo general, más oscuridades que claridades solares. De hecho, después de la negación de los problemas teológicos, ese paso se ha vuelto en verdad poco demostrable.
Los conflictos ideológicos que generan el debate en torno a la homosexualidad se han estancado, como en casi cualquier tema que preferimos ignorar. Como la familia y el sexo, el amor entre personas del mismo género nos parece condenable a la luz de lo que vemos de la voluntad divina, al tiempo que, en el otro extremo de la discusión, llegamos hasta las exageraciones contra todo tipo de ontología, como las que les agradan a las feministas, para las cuales todas son categorías del hombre. Es nimia la cantidad de veces que intentamos pasar esas barreras que han impuesto ambos extremos.
Se deben traspasar, y no por afán liberal, sino por la verdad. Ignorar el problema que plantea la homosexualidad es negarnos el conocimiento de la relación entre el modo en que la palabra “natural” se aplica al hombre, o sea, es dejar en el abismo la constancia del amor en el espíritu. He mencionado a la familia y el sexo como temas dados por consabidos actualmente, y no lo he hecho sin consciencia de mi elección; quizá esos dos temas vayan unidos en nuestro modo de pensar al amor cuando lo vemos de este modo. La objeción de lo antinatural vale para una visión sexual del lazo eterno entre seres humanos. Es decir, se hace siempre desde la idea de la supervivencia por la reproducción. Cabe decir que la familia sólo tiene esa función como un ligero presupuesto, pero no es su más grande razón de ser.
Ese argumento, se quiera o no, termina por echar al hombre, al amor y al lazo familiar en las garras de la explicación biológica de lo humano. Si queremos afrontar sinceramente el fenómeno, no podemos ya evadir el hecho de que no es una desviación de lo “natural”. Eso quiere decir que la ontología, en el caso del hombre, no se modifica con amar a los iguales. Esto quiere decir que los excesos de liberalismo pecarían por dejar, como tienden a hacerlo, sólo en el ataque a lo que no es el progreso sus convicciones a favor de la homosexualidad, sin explicar tampoco por qué sea bueno defenderla. No podemos, por ende, pedir claridad en la relación entre lo bueno y lo natural cuando no hemos entendido bien lo que eso significa para el hombre. Eso no se puede con la noción de él como cuerpo, pues para los cuerpos no existen tales distinciones.

Negamos, sin mucha razón, la evidencia del amor. He traído a cuento la relación entre lo ontológico y lo natural en este caso, por ser una relación poco abordada, pero fácilmente dada por supuesta. Quien crea que ser homosexual es una desviación de los deseos naturales, no ha entendido el deseo aún. No puedo evitar pensar, por ejemplo, que el deseo por un hombre pueda hacer a otro hombre ajeno al conocimiento del bien. La ontología y lo natural se unen en el puente del fin del hombre, y de todas las cosas, así como en la explicación del resto de las causas. No se extrañe el lector, pues, de que haya iniciado señalando la controversia teológica y filosófica al respecto de este drama nuestro. Esa amargura que produce aceptar nuestro desagrado por este asunto enseña que no podemos entender lo bueno del amor en los términos que la doctrina moderna del amor ha construido.


Tacitus

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