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Anochece afuera.
Pero entre los
árboles,
con las luces
amarillas,
el tiempo no fluye.
Se ha congelado en un
momento,
un momento que no
cesa, o, más bien,
que se repite
discreto,
que avanza monótono
tras de sí mismo;
aullando su agonía
con la voz
interrumpida
de las aves.
Y entre esa espesa
sustancia,
sólo un par,
como partículas
coloidales,
logran moverse, en
flotante extravío;
rompiendo el tiempo.
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L. Pulpdam
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