Se tornaba el último día del año y, como de
costumbre, se reunieron las personas más importantes de mi vida. Y quise, por esa gran
importancia que significan, que fueran testigos de mi promesa. La
melancolía se apoderaba de mí en ese momento. Cada minuto que corría del año y se despedía me decía que estaba sin una pareja a quién amar. Ese reproche
me recordaba en el “tic-tac” que un año más terminaba, ¿y yo? Seguía en las
mismas condiciones que al principio. Así que decidí terminar con los reclamos.
En los primeros minutos que trascurrían del nuevo año prometí ante todas esas
personas decir que “sí” a la primera propuesta amorosa.
Tenía presente que este año presentaría
disponibilidad para el amor. La apatía y los peros quedarían fuera de mí. Sin
embargo, como una especie de magia, días después llegó una propuesta. La
confusión se apoderó de mí, pues algo que había esperado llegaba en el momento
adecuado pero, por favor, no de esa persona. Así que no pude cumplir con mi promesa. Sé
que había acordado en eliminar los “peros” y las escusas, ante ello sólo me
queda mostrar la cara expresando derrota. Mi imposibilidad de no cumplir con
mis promesas. Aunque, al menos en este momento, no podré.
El remordimiento regresó a mi vida, como algo
característico de mí, lancé reclamos diciendo al cosmos: ¿por qué esa persona?
Fui comprendiendo que el problema no se trataba de “x” o “y” persona, sino en una actitud caprichosa, la respuesta se reduce a que ni yo sé lo que quiero.
Conforme al paso de los días la resignación se convirtió en la nueva tentación.
Me convencí de que en mi afanoso capricho me quedaría esperando, pues resulta necesario
atender otros asuntos, ocuparme de cosas que tienen importancia y dejar el
capricho para después. Ya que de berrinches y caprichos no se come.
Poco a poco me desprendí de aquella tentación a
resignarme. Y el panorama se aclaró, esa persona no llegó en el momento
preciso, aunque haya sido una coincidencia y fuese paralela su propuesta con mi
promesa, pues su petición no era honesta. Confirmé que la confusión invadía a
esa persona y no a mí. Los involucrados en esta historia comenzamos a armar el
rompecabezas, la pieza clave era la inseguridad y confusión. Por una parte, la
versión se tornaba en indiferencia hacia esta tercera persona. Mientras que por
otra, comenzaba un romance, pero no conmigo. Y finalmente, en lo que a mí me
compete, recibí la propuesta de brindar una oportunidad.
Para poner punto final, el capricho y la
inseguridad no viene de mí, sino de quien lanza propuestas en privado. Pero en
público muestra actitud de entusiasmo y enamoramiento en una tercera persona.
Aunque no fue tan desagradable esta experiencia, pues he confirmado que sí
puedo amar, que no se trata de un capricho más. Y he recuperado la credibilidad
en mi palabra, aunque he de reconocer que ese tipo de promesas son absurdas.
Pues el amor no se reduce a un reto o juego de azar, ya que el permanecer en
esa postura sólo devela una actitud de capricho y, en ese afán, el amor
se aleja de mis posibilidades.
No hay comentarios:
Publicar un comentario