El Sol resplandecía, naranja y majestuoso como es su costumbre. Ellas apenas cabían de emoción y expectación, cualquier aventura en ese apreciado bosque es bienvenida. Y ahí estaban, las mochilas a la espalda,las sonrisas en los rostros y el monte ante a ellas. El olor a humedad caliente, pino y tierra perfumaba la escena.
-Estoy emocionada.
-Yo también, ¿crees que logremos subir y bajar antes de qué se ponga el Sol?
-Siempre y cuando nos demos prisa. No creo que tardemos mucho. Anda.
-¿Cómo llegaremos hasta la cima?, ¿realmente crees que este camino nos lleve?
-Mira, lo tomaremos y cuando veamos que el camino se termina o se desvía simplemente empezaremos a subir, ya arriba sabremos que estamos en la cima.
-Mmm... ok.- Sin más se pusieron en marcha.
El monte estaba decorado con un caprichoso bosque de pino, encina, y otros arboles del genero de los quercus. El suelo estaba forrado de hojas secas color rojizo, los arboles hacían todo lo posible por permanecer unidos y la luz apenas entraba. Ellas, sin embargo caminaban riendo a la expectativa de la asombrosa vista que les estaría aguardando al llegar a la cúspide. Habían esperado tanto esa aventura, ese día con clima perfecto, ese bosque, ese monte que en la cima, años atrás, había sido devastado por un incendio y ahora presumía, como una corona, aquella circunferencia despoblada de arboles, pero verde. ¡Oh, ya podían verse sentadas en aquel verdor, sintiendo el Sol y viendo las montañas, el río y los kilómetros de bosque que les fuera permitido ver! ¡Qué delicia! (El lector que ignore lo que es ver un atardecer o un amanecer en el bosque abierto, o que simplemente ignore la pasión que despierta caminar entre el denso follaje oyendo el susurrar de las hojas y del río, difícilmente sabrá la ansiedad que provoca un panorama como el que ellas fantaseaban).
Caminaban un poco separadas la una de la otra, con unos cien pasos de sana distancia y como cabía esperar el sendero que se abría entre aquella alfombra natural de color rojizo, había desaparecido después de unos metros de haberlo tomado, caminaban cuesta arriba haciéndose camino entre la cerrada vegetación, ambas tenían las manos y la cara arañada pero la excitación seguía ornamentando sus rostros. Llevaban palos a modo de bastón para no caer, la pendiente empezaba a hacerse pronunciada, pronto tendrían que empezar a escalar. En ocasiones los pies se les hundían hasta la espinilla en aquel grueso tapete que había elaborado la naturaleza y el paso del tiempo. Pasaron un par de horas sin grandes pormenores, salvo que por ningún lado lograban ver la cima, los arboles altos y apretados con trabajo permitían ubicar la posición del Sol.
- ¿Y si nos perdemos?
-No lo creo. Si no llegamos a la cima y han dado las cinco de la tarde, entonces comenzaremos a bajar. Seguro encontramos un guardabosque.
-Estás tan segura de que no habrá pormenores en el descenso, ¿verdad?
-Ni siquiera lo había pensado ¡Qué pesimista!
En eso estaban cuando, sin más, se terminaron los arbustos y los arboles, fue como atravesar una pared de hierba y llegaron a un sendero, bello y antiguo, era un sendero de piedra cubierto por pequeñas hierbas rojizas, se semejaban bastante a los tréboles; esas pequeñas "florecillas" adornaban el camino de piedra que tenía unos dos metros de ancho.
-¡Vaya! pero ¿qué hace este camino en medio del bosque?
-Debimos ser arqueólogas.
-Se nota que nadie ha pasado aquí en años.
-¡Qué miedo!
-Jaja ¿por qué miedo? Más bien ¡qué emoción!
-No sé, ¿por qué hay un sendero aquí?
-Vamos, camina. Veamos si nos lleva a la cima.
Caminaron unos trecientos metros hacia donde imaginaban que estaba la cima, sin embargo se encontraron con que no había más camino, así como habían salido de la espesa vegetación, así se toparon con arboles,arbustos y troncos muertos que marcaban el final del camino.
-Bueno, pues demos vuelta y comencemos a descender.
-Guau, realmente quisiera saber que tan antiguo es este camino, ¿crees que lo hayan usado los monjes para ir al convento?
-No lo sé, pero ese convento se me hace muy tétrico.
-¿Sabías que cuando lo re-abrieron encontraron cientos de esqueletos de los bebés que abortaban las monjas?
-No, y eso sólo ayuda a reafirmar mi opinión de que es tétrico.
-Hay que bajar, espero que este camino son lleve a la carretera, ahí podemos pedir un aventón. Estoy cansada.
-Vamos pues.
Caminaron unas dos horas, cuesta abajo y no lograban ver que cambiara la vegetación que les indicara que estaban cerca del punto de partida. Después de dos horas y media el nerviosismo se había apoderado de las dos, pero ninguna rompía el silencio. El cielo comenzaba a pintarse de tonos sanguíneos y magentas, estaba a punto de atardecer y ninguna podía ya disimular su preocupación. Una de ellas, la más valiente, estaba a punto de hablar y proponer algo, pero tuvo que callar y al igual que su compañera detuvo sus pasos en seco. Enfrente de ellas, a unos quince metros, el camino terminaba formando un circulo a modo de claro, y ahí, en medio del circulo, como si fuera una sátira de una glorieta, había una vaca blanca (si así se le puede llamar) musculosa y perfecta, era del alto de un hombre promedio y estaba apacible mirando a aquella pareja de seudo-aventureras. Más tarde, haciendo memoria, no lograron descubrir porque se habían quedado paralizadas con un miedo inexplicable ante ese imponente animal de una blancura abrumadora.
-Retrocedamos lentamente.
-De acuerdo. Metámonos en la yerba espesa, ¡al diablo el camino!
Empezaron a retroceder lentamente cuando de la nada asomaron unos cuernos como de treinta centímetros de largo, perfectamente puntiagudos y blancos; después salió una cabeza negra y posteriormente el cuerpo al que pertenecía. Un toro (o algo muy semejante), de un negro azabache y de músculos poderosos, dignos de un semental, salió a perturbar más la escena, pues sus proporciones eran escalofriantes, la vaca blanca que antes parecía enorme, al lado de aquella bestia negra se veía pequeña y menuda. El toro se detuvo imponente y digno, miró a aquellas chicas, le miraron, pero sobre todo miraban esos atroces cuernos. Estaba anocheciendo.
-Podría atravesarnos con sus cuernos. -susurró una.
-Correremos hacia la hierba- Contestó también en susurro.
-¿Qué?
-¡Correee!
Gritó eso mientras comenzaba a correr, su amiga tardo cinco segundos en reaccionar y corrió detrás de ella, ninguna volteo jamás pero escuchaban al animal persiguiéndolas, sus pesuñas retumbaban en el camino de piedra y ellas hacían todo lo posible por no desmallarse de terror. Las ramas les rasguñaban con saña la piel y arrancaban algunos de sus cabellos. Sin duda habían salido del camino, ese animal no podía meterse en aquella yerba. Sin embargo escuchaban un bufido salvaje y poderoso a sus espaldas. Ambas corrían con todas sus fuerzas y habilidades para no romperse un tobillo en aquel terreno. El declive comenzó a hacerse más pronunciado y de un momento a otro estaban rodando en aquella alfombra esponjosa y rojiza de hojas rojas. La menos afortunada se encontró con un árbol que paró en seco su descenso, le sacó el aire, pero no había tiempo para sufrir, se incorporó y buscó en todos lados a la bestia, no la encontró. Era difícil que un animal así pudiera andar por aquel terreno, pensó. Se percató que su compañera seguía rodando, pero que la velocidad iba disminuyendo así que corrió hacia ella y la ayudó a incorporarse. Al levantarse miró a todos lados, aún temblando. Al instante vieron unas luces a algunos metros, entonces un claxon sonó.
-Mira, la carretera.
-¡Llegamos!
-¡Vamos! ¡Vamos!
Corrieron entre los arboles, gritando e intentando acortar la distancia con insoportable ansiedad. A veinte metros una Jeep de la seguridad del Bosque Nacional del Desierto de los Leones estaba esperándolas, aparentemente. Las chicas salieron de entre los arboles, tuvieron que saltar unos arboles caídos que separaban la carretera del bosque. Había un guardabosques afuera del vehículo, al mirar a aquellas jóvenes de cabellos despeinados, rostros rasguñados y llenas de hierba y polvo, quedó boquiabierto.
-¡Nos ha perseguido un animal, señor!
-¡Era enorme!
-He escuchado sus gritos y he parado, ¿están bien?- Logró al fin decir el guardabosques.
-¡Sí, sí. Estamos bien, pero fue aterrador. Debió ver el tamaño de ese animal!
-¡Sus cuernos!
-Tranquilas, tranquilas, suban al carro, las llevaré al pueblo.
Las chicas obedecieron. Ya en la Jeep miraron con recelo el bosque que para ese entonces empezaba a sumirse en la oscuridad.
-A ver chicas, cuéntenme ahora sí lo que pasó. No deberían adentrarse al bosque solas, hay muchos animales salvajes. La gente lo ignora pero hay serpientes de cascabel, perros salvajes, arañas venenosas...
- Pues a nosotras nos persiguió un toro gigante.
-¿Qué? ¿Cómo?
-Sí, un toro negro gigante, sus cuernos eran enormes.
-Sí, era muy musculoso, como un semental. Tal vez es un toro salvaje...
-¿Qué? ¿No lo entienden? No son de por aquí, ¿verdad? ¿Sus abuelos no les cuentan historias o qué pasa con ustedes?
-No entiendo señor...
-¡Vieron al Diablo, niñas! La gente de aquí dice que en la noche baja del corazón del bosque el Diablo y tiene forma de toro, es negro profundo y su tamaño es colosal, sus cuernos son de marfil...
-Espere, ¿dice que nos persiguió el Diablo?
-Sí, la gente dice que...
-¿El Diablo? ¡Nos persiguió el Diablo! -Se miraron con aquella mirada de cómplices y ambas comenzaron a reír sin parar- Jajaja el Diablo ¿en serio? jajaja...
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