Al pisar, el pie se desmorona
cuando convulsionan las sombras
y las luces, sobre el horizonte
que no alcanza la
mano temblorosa.
A tientas, los ojos enrojecidos,
la boca amarga, tartamuda, seca,
oídos bloqueados y nariz enardecida,
se va moviendo y no
sabe qué espera.
Cada tic en la mano, en el dedo,
cada tac en el reloj, entre la bruma,
pesan al ánimo de
quien así se mueve;
pues podrían traer la muerte del anhelo,
trocar el amor en desventura,
cuando cada paso
duele.
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L. Pulpdam
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