Presentación

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lunes, 9 de mayo de 2016

Lamento heroico en tres actos

SEGUNDO ACTO

Victoria amat curam

Teódulo, el guerrero sin comparativos, fue un hombre magnífico, pues no había muralla que se le impusiera en su camino. Favorito del rey, legó los mayores honores tanto para sus descendientes como para su patria. Ingenioso, sagaz y valiente, siempre supo cómo embestirse contra las amenazas y peligros de la naturaleza. Sin embargo, en una de sus tantas batallas cayó prisionero en manos enemigas. Su enemigo, sabiendo que tenía en su poder al mejor de los guerreros en la tierra, en vez de darle muerte y con ello ganar la guerra, decidió usarlo como arma en contra del pueblo de Teódulo. Así, la tarea del gran guerrero consistiría, de ahora en adelante, en someter y acabar con el pueblo que lo vio nacer. Teódulo tenía, por tanto, el mayor peso que un hombre pudiera soportar sobre sí, porque de negarse a la petición del rey, éste daría muerte a toda su familia frente a sus ojos.

El rey, enemigo de Teódulo, creyó tener la mejor estrategia en sus manos. El gran guerrero, educado para servir a su patria, sabía que su elección era sencilla. Se negó a combatir en contra de su propio pueblo. En sus ojos jamás se borró el llanto y la sangre derramada de su esposa y Estigia, su hija. Pero su esposa, la noche antes de partir, le dejó un medallón que tenía grabado un signo, del cual Teódulo no tenía la mayor idea. “Estaré esperando, allá, donde las luces tocan la tierra”, fueron sus últimas palabras. Teódulo, tras la ejecución de su familia, huyó de sí y de su patria, no sin antes acabar con la vida del rey. Emprendió la más difícil tarea que un hombre pudiera realizar: llegar a Oblivion, la tierra de los muertos.



EL ARCA DE LO IMPOSIBLE

Dos palabras
Para Gayo

Porque en medio del llanto y sufrimiento me diste tu compañía; porque la vida se me ha hecho una constante agonía. No basta con desear y decir “todo estará bien”, sino en querer desear para desear lo que se quiere hacer. Porque no basta desear el bien cuando vemos al mísero, sino procurar su bien. Con dos palabras me devuelves las fuerzas, pero éstas, recuerda, echaron sus raíces en tierra ajena. La luna ha perdido su trayectoria. Pero, en verdad, gracias por tu tiempo, tus palabras y amor, que sin ellos ya no quiero ver la luz del sol.


Aurelius


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