SEGUNDO
ACTO
Victoria amat curam
Teódulo, el
guerrero sin comparativos, fue un hombre magnífico, pues no había muralla que
se le impusiera en su camino. Favorito del rey, legó los mayores honores tanto para
sus descendientes como para su patria. Ingenioso, sagaz y valiente, siempre
supo cómo embestirse contra las amenazas y peligros de la naturaleza. Sin
embargo, en una de sus tantas batallas cayó prisionero en manos enemigas. Su
enemigo, sabiendo que tenía en su poder al mejor de los guerreros en la tierra,
en vez de darle muerte y con ello ganar la guerra, decidió usarlo como arma en
contra del pueblo de Teódulo. Así, la tarea del gran guerrero consistiría, de
ahora en adelante, en someter y acabar con el pueblo que lo vio nacer. Teódulo
tenía, por tanto, el mayor peso que un hombre pudiera soportar sobre sí, porque
de negarse a la petición del rey, éste daría muerte a toda su familia frente a
sus ojos.
El rey, enemigo de Teódulo, creyó tener la mejor estrategia en sus
manos. El gran guerrero, educado para servir a su patria, sabía que su elección
era sencilla. Se negó a combatir en contra de su propio pueblo. En sus ojos
jamás se borró el llanto y la sangre derramada de su esposa y Estigia, su hija.
Pero su esposa, la noche antes de partir, le dejó un medallón que tenía grabado
un signo, del cual Teódulo no tenía la mayor idea. “Estaré esperando, allá, donde las luces tocan la tierra”, fueron sus
últimas palabras. Teódulo, tras la ejecución de su familia, huyó de sí y de su
patria, no sin antes acabar con la vida del rey. Emprendió la más difícil tarea
que un hombre pudiera realizar: llegar a Oblivion, la tierra de los muertos.
EL ARCA DE LO IMPOSIBLE
Dos
palabras
Para Gayo
Porque en medio
del llanto y sufrimiento me diste tu compañía; porque la vida se me ha hecho
una constante agonía. No basta con desear y decir “todo estará bien”, sino en
querer desear para desear lo que se quiere hacer. Porque no basta desear el
bien cuando vemos al mísero, sino procurar su bien. Con dos palabras me devuelves
las fuerzas, pero éstas, recuerda, echaron sus raíces en tierra ajena. La luna
ha perdido su trayectoria. Pero, en verdad, gracias por tu tiempo, tus palabras
y amor, que sin ellos ya no quiero ver la luz del sol.
Aurelius
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