Desmitificación
de la lectura
(Relato de una discusión)
Tuve la oportunidad de estar asistiendo
a un círculo de lectura en el que se trataba de un autor muy listo. Todos al
llegar declararon su admiración por dicho hombre. El ingenio y las sutilezas presentadas
en sus obras eran suficientes para querer discutir con alguien más las ideas
del célebre autor. Todos aceptamos que no se le ha hecho justicia en sus obras,
quizá por la figura que de él impera. Ése sería nuestro primer reto, y quizás el
de todo lector: acercarnos a su obra no con el fanatismo de quien ve una
luminaria, sino con el espíritu de quien quiere detenerse a contemplar (asunto
contradictorio, pues el alma del pensador está en movimiento) o a escuchar a un
conocido que alza la voz porque declara que algo importante tiene que decirnos.
Del hombre trataríamos de desmitificarlo, pero no por ello dejaríamos de
celebrar su inteligencia.
El reto sería difícil. En la primera
discusión que tuvimos las voces no dejaron de aplaudir la astucia de nuestro
escritor. Loas salían disparadas sin ningún
motivo. El moderador se unió al ruido y la lectura quedó mirándonos con ternura
y desde fuera. Alguien, al notar tal atropello, valientemente invitóla a pasar
y ponerla en el centro de la celebración. Pues bien, aquí estábamos otra vez
con el libro en las manos.
Creo que todo el libro es un
excelente ensayo de la muerte, dijo el joven antropólogo. El libro está compuesto
por al menos cuatro consideraciones importantes: la muerte: la injusticia y la
esperanza, todo lo que compone al luto humano. Las imágenes son prodigiosas,
siguió diciendo, pues pasan de la extrema sequedad a una inundación inminente y
en el centro están las historias de cómo se fueron conociendo los personajes.
¿Qué piensan de esto?, lanzó bruscamente... quiero decir, de la injusticia. De repente
el silencio. La pregunta terminó con la fiesta y con el mito. Toda pregunta seria termina con los mitos, me susurró el hombre. Por fin alguien dijo: La
injusticia que nos presenta él, es una injusticia adjudicada a la situación que
vivía el país en ese momento, además, ya es tarde para hablar de ello, cuando
todos estamos ahogados como en el cuento. Esta lectura sólo nos advierte de
nuestra desgracia. Quizás sí nos muestra nuestra desgracia, dijo un tercero,
pero entonces ¿para qué huían ellos del diluvio? No es lo mismo que preguntar que
¿para qué estamos aquí discutiendo el libro?
Estos tres personajes comenzaron
a entrever otra imagen del ídolo que hace un rato se adoraba. Les pareció más
humano, más realizable, más cognoscible. Les pareció que imitarlo en su afan por el estudio era un asunto
más serio y más justo. La lectura, al menos para estos tres, siguió siendo un
asunto de fiesta. Ahora celebraban el ingenio, pero en su justa medida, y ya no
asistieron al curso de José Revueltas.
Quizá el siguiente reto sea no
caer en las mentiras del pensamiento.
Javel
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