Presentación

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miércoles, 9 de noviembre de 2016

Súper Nada

Sabía que la gente que trabaja jamás llegaría a ser realmente feliz. Más bien persiste en declararle la guerra a la muerte porque la considera un premio tan valioso que bien valdría odiar por la misma consciencia de que tarde o temprano llegara. Han perdido el miedo, ahora la ven con el odio que se le tiene a una mujer ausente. En cambio la gente adinerada, o con una vida acomodada en la medida de lo posible, se le aparecía como la única que podría ser feliz, pero de igual manera no lo sería, por la propia consciencia de ser los únicos que podrían serlo, intentando arreglarlo en altruismos baratos y peleas perdidas desde el principio, en las que ellos realmente no arriesgan nada, o no eran felices por la falta de retos en una vida ya resuelta. Entonces, a ¿qué se limitaba su ensayo? Tal vez era otro de esos tontos que cree que hay algo nuevo que pueda ser creado con la simple erudición y el análisis minucioso. Era posible. Sin embargo una frase que oyese de su antiguo compañero de habitación despertó en él un interés ulterior al de una mera calificación inútil que sólo atribuye una cualidad estéril a los seres humanos que ociosamente se hacen llamar estudiantes. “El mundo de las satisfacciones es tan pequeño que temo sea sólo tangible para los insectos.” Era una frase estúpida. No podía esperarse más de un hombre que fumaba más de cuatro porros al día y que vivía gracias a que sus padres habían heredado una gran cantidad de dinero proveniente del padre de su madre, que en un acto de consciencia moral decidió dejar la mitad de su fortuna a la hija de su único verdadero matrimonio, después de haber desaparecido por años. Y aunque en las películas vean que la gente se niega por rencor, ofensa o simple capricho, ellos tomaron el dinero en seguida.

Aquella frase suelta, casi balbuceada le dio a Augusto un leve grado de auto-consciencia. ¿Cuál sería su felicidad? Cierto era que jamás fue una persona que se complicara meditando sobre las cuestiones de la existencia. Haber caído en el estudio de esos temas había sido un mero accidente con el que no contaba. Seleccionó filosofía como segunda opción con la confianza de que sería admitido en su primera, pero no funcionó. Y aunque no le desagrado en ningún momento jamás consideró la opción de dedicarse a la docencia, o a la investigación. Tomaba la carrera como una simple amalgama de estructuras de pensamiento que se han consolidado a lo largo del tiempo y que tienen la misma valía que un consejo o un último aliento antes de morir. La megalomanía con que se consentían todos aquellos que sentían encontraría un lugar entre los sabios, terminaba más que molestándolo, simplemente aburriéndolo. Los chistes académicos siempre le han resultado la forma más petulante del sentido del humor, y sin duda no consideraba la opción de hablarle a nadie que no le hablara a él primero. La ausencia de verdaderas satisfacciones le granjeo una visión fría que en alguna medida lo hacía obtener buenos resultados académicos. Mezclar las emociones era visto como algo malo para muchos filósofos. Era verdad con cierta seguridad. Las emociones erradican todo gesto de sensatez y sucumben ante la pereza de saberse excluidas de la realidad, en tanto se sostienen de lo que principalmente es la imaginación; recuerdos que en realidad son sólo historias de las que no tenemos seguridad de que en realidad hayan existido, o no del modo en que las proyectamos en nuestro interior, y ambiciones que se agolpan con las del resto de los mortales, dejando sólo frustraciones en el paraíso de la realización. Saber que son contadas las excepciones le atribuía cierta belleza a ese reconocimiento de aquellos que han logrado encontrarse, en el curso natural de su existencia,  ausentes del resto; los incompletos, los inacabados y los perezosos.

Por primera vez experimentaba una suerte de angustia respecto a sí mismo. No le apetecía nada. Si bien el resto de los que se frustraban solucionaban su ineptitud con alcohol, a él no le apetecía en lo más mínimo. Consideraba que esa clase de evasiones son naturales en los hombres extremadamente pensantes pero que conservan un atisbo de las viejas ansias naturales de morir, tener sexo, o pelear. El alcohol ha sido la mejor evasiva del miedo y siendo una especie con constantes delirios de pacifismo, que incesantemente profesan el diálogo y han transformado a la masculinidad en una seña característica de lo arcaico y brutal, el resto de los hombres que aun conservan una cantidad plausible de testosterona se han determinado por el temor a una existencia llena de  preocupaciones, y se ha visto en la necesidad de un empujón que lo despierte de su letargo salvaje.

Leía sin pasión, y miraba una película sin noción de si le interesaba el verla o el que supieran que la había visto. Y aunque el existencialismo le causaba una verdadera aburrición, no podía no considerarse dentro de esa naturaleza contemplativa, que paradójicamente no esperaba nada, pero lo deseaba todo. Así era para la comida, la televisión, las bebidas y lo que más le sorprendió al autoanalizarse tan repentinamente frente a su computadora, era su relación con las mujeres y la escritura. Sabía que no era primordialmente una persona estricta consigo mismo. En realidad el ocio era lo único que producía una clase de inspiración que aparecía en destellos breves aunque seguros. La verdad era que sólo se esforzaba cuando intentaba impresionar a alguna chica. Le gustaba que lo adoraran y se exhibía como un ser arrogante aunque la mayor parte del tiempo sintiera una angustiosa incomprensión de si mismo, porque después de un tiempo odiaba esa atención que tanto había querido. Le gustaba seducirlas lo mismo que besarlas y quererlas, y le gustaba escribirles cosas agradables que ya tenían la predeterminada fórmula de ser románticas. Sin embargo ninguna mujer había cautivado de manera certera su imaginación, o su pensamiento; para él eran algo más que una colección, o un simple divertimento, pero no eran mucho más que un ser humano que se siente solo, que añora y que en realidad se contenta con muy poco para ser humildemente feliz en una sociedad infestada de hombres que las observan como instrumentos sexuales, mientras que él se limitaba a mirarlas como un espécimen bello que alguna vez pudo ser lo mejor que ha creado la tierra. Y aunque en realidad podría considerarse como buen amante no era así porque en verdad lo deseara; para él un par de senos no eran más que costales de grasa que hemos glorificado por la primitiva noción de seguridad; eso era todo. En ese sentido siempre se comparaba con el personaje interpretado por Mathew Moddine en “Birdy”. Lo mejor de la sexualidad, según su visión,  era el preámbulo, la expectativa, el erotismo de lo que aun está ausente. La consumación de todo eso era a fin de cuentas, una fechoría cándida y silenciosa que sólo podría ser reconfortante si había amor de por medio. Eso era algo que hasta el momento desconocía.

Ni la escritura, ni el sexo, ni el alcohol; las piezas claves de la cultura moderna con esa intelectualidad pauperizada, y esa ambición doliente. Consternado con el hallazgo de sí mismo se limitó soltar un poco de aire, como si se le escapase el alma. Se levantó, cogió su abrigo y salió a caminar por la calle.

Miraba a las personas con un aire de desgana, y sintió cierta pena de si mismo. Sintió que jamás sabría que era esperar a tener un hijo con verdadera ansiedad, o con arrepentimiento. Tampoco sabría lo que era esperar a una novia con impaciencia, despedirse de ella frente a su casa con el deseo ya insistente de verla de nuevo inmediatamente. ¿Qué le había hecho el hombre al hombre que lo había desnaturalizado a tal grado? Tantas historias de amor han creado un paradigma nocivo que nos impide amar como uno puede; ¿cómo uno es capaz de amar?  O ¿es sólo que estamos hastiados de saber que las cosas no duran y deben perecer,  y que  las nociones biológicas manoseadas por páginas de Internet hechas para crear un interés falso y una identificación menguante, ahora son leyes que han determinado de forma excesiva nuestra propia voluntad?. Al caminar por el parque, justo cuando la luz del sol perecía, miró a un grupo de patos en un lago lleno de colorante azul. Los miro nadar tranquilamente, encogidos en su plumaje, siguiéndose sin la menor consternación de lo que realmente ocurría a su alrededor. Pensó en que a pesar de ser patos citadinos no habían perdido su belleza animal; se habían adaptado a un ambiente hostil y en constante evolución. ¡Evolución! Esa era la palabra clave. Si bien cada movimiento evolutivo ha tenido una profunda purga de los animales no aptos, creando un boom de natalidad que se ve en constante lucha con los cambios climáticos que se presentan en dicho movimiento, ahora, dado que los climas no sólo son climas naturales sino también políticos y sociales, los hombres (en el sentido de especie) han modificado su sentido de lucha, y tal vez la apatía o la forma fría de ver las cosas era o la evolución predilecta o tan sólo una de tantas variantes que perecerán en el camino del progreso. Recordó de pronto la relación que guarda el darwinismo  en “El origen de las especies” con la consciencia de lo aztecas en el mito los cinco soles, cuyos códices ordenados de forma correcta guardan una perfecta ilustración del agua, la tierra y el fuego como elementos que se sucedieron para que la existencia arquetípica del hombre llegara hasta ahora,  y como esto tenía una relación evidente con la concepción del súper hombre de Nietzsche. Era una visón de estudioso la que le daba cierto confort, y aunque se sintió asqueado consigo por un instante, pronto lo olvidó. Se miró a sí mismo como una pieza más del engranaje; simple, diminuta, carente de expresión individual;  supo que todo lo que hacía era inducido no sólo por su naturaleza sino por un instintivo miedo que se transformaba en “comunicación.” Que todo lo que hacemos tiene como sello distintivo una clase de grito desesperado para compartirnos entre nosotros los leves descubrimientos de nuestras vidas. Que ante las necesidades que ya no nos preocupan porque han sido resueltas y enlatadas, nos hemos hecho cómplices de una nueva necesidad: la de permanecer y que haya quien sepa que hemos existido, pero que ante todo la necesidad de alguien para existir, sin importar quién; sólo alguien que nos lea, nos escuche, o nos quiera. Ese era su papel en el mundo, y en la escritura buscaba ese motor; dar a conocer al hombre su propia esencia, o al menos intentarlo, y en el camino conocer a las personas correctas para mostrarse tal cual es, sin máscaras ni ovaciones. Miró a las hojas de otoño rodar por la avenida, alumbradas instantáneamente por los automóviles que avanzaban rápidamente en una fría noche de noviembre. Comprendió que no hay nada más atemorizante que la soledad. Había olvidado el ensayo. Por primera vez en todo el día, o el resto de su vida, se sintió a gusto consigo mismo y con la suerte que le había deparado el destino.  Se sentía tranquilo, casi podría decir que feliz. Si el mundo de las satisfacciones es tan pequeño que sólo es tangible para los insectos, en ese momento le complacía ser tan diminuto. 

1 comentario:

  1. Resulta interesante en tu escrito ver cómo la actitud o el estado actual del pensador joven es que no puede evitar pensar, ni vivir, pero no tiene una finalidad (quizá porque no la ha descubierto) por la cual esté pensando. Aunque, quizá como una burla de la propia existencia humana, todo escrito apunta hacia un sentido más o menos esclarecido de la propia realidad y del modo en el cual se vive en ella.

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