Platicando en la ciudad
Hace poco me reuní con una amiga en una cafetería de la
ciudad. Ella, que estudia Física, ha estado trabajando para entender un poco
más esto a lo que se le llama ciencia política. Yo me alegro mucho por ella y
por todo el que la estudie verdaderamente. Me contaba, entre otras cosas, cómo
es que había una pregunta que la asaltaba continuamente, y cual ladrón, le
robaba toda posibilidad de responder. La pregunta es ¿Por qué, siendo una
ciencia la política, no era tan exacta como lo son las otras ciencias? La
respuesta que tímidamente lanzaba es que quizá por intervenir el hombre, o
mejor dicho, por ser el hombre quien la realiza… en palabras más científicas:
siendo el hombre el único fenómeno político que reconocemos, y siendo éste una
jauría de contradicciones es difícil que haya exactitud. Pero entonces, dijo
ella, ¿Cómo es que hay sistemas políticos si somos tan contradictorios? Esta
pregunta es, a mi parecer, lo mismo que preguntar ¿cómo, o por qué, nació la
política entre los hombres?, en palabras más llanas, la misma pregunta sonaría
así: ¿Qué posibilitó la política? Si nos ateníamos a la respuesta de la
pregunta anterior y decíamos que lo que propició la política fue el hombre, aún
había que preguntar ¿Qué cualidad o rasgo del hombre hizo posible esto?,
además, nuestra primera respuesta acudía a la pregunta de ¿Cuál es la
pertinencia (o porfía del hombre) de estudiar un fenómeno tan lleno de
laberintos y espejos?, no a cuál es su origen.
De repente llegó el mesero y nos ofreció más café; ella
volvió a llenar su taza y yo pedí más té, pues mi condición cardiaca más las
preguntas ya habían provocado un sobresalto en mi corazón. –Días después pensé
que esta clase de emociones y sensación de arrobamiento, sólo me suceden cuando
estoy frente a la mujer de quien estoy enamorado, o cuando tengo la oportunidad
de asistir a una buena charla, o cuando recuerdo alguna de estas dos
situaciones. En fin, el café dejó de caer de la cafetera a la taza, el mesero
se fue, el humillo de las bebidas lleno de aromas nuestros cuerpos y la
pregunta aún flotaba en el aire. ¿Cuál es su origen?
Con afán más científico que político, acudimos a los
mitos de la creación, pues aún estamos en edad de que nos cuenten cuentos. Pero
he de decir que encierran un misterio tan alegórico, que nos fue imposible
penetrar en sus entrañas. De repente mi amiga comenzó a reír, y yo, con cierta
extrañeza, la secundaba. ¿Por qué nos fuimos tan lejos?, soltó todavía entre
risas. No sé, respondí, quizá porque no hay política si no hay mundo, si no se
cumplen ciertas condiciones. Y no me refería solamente a las cualidades que se
presentan en las diferentes regiones del mundo, sino a que son las condiciones del
mundo las que van despertando una consciencia, o al menos un pensamiento de
propiedad en el hombre, lo cual lo lleva a cuidar lo suyo porque pronto todo
perece. El hombre primitivo, Adán y los hombres de oro vivían en el paraíso
precisamente porque si bien tenían conciencia de su persona, no había necesidad
de pelear por nada ya que todo era abundante y eterno. La caducidad y la
conservación de la propiedad y del individuo son parte del ejercicio político.
Pero no sólo de pan vive el hombre, protestó ella. Entiendo, siguió diciendo,
que la eternidad sea buscada por otras ciencias como la medicina o la Biología,
pero la Política creo que apunta más a que vivamos felices, aunque un día
vayamos a morir… de qué serviría la inmortalidad si no tenemos amigos con quien
platicar, ¡sería horrible!, como dice Asimov en La última pregunta. Aunque ahí, más que buscar un mundo
políticamente bueno y eterno, lo que se perseguía era únicamente lo eterno.
Tienes razón, le dije, quizá el retorno al paraíso no sea
lo mejor. Menos hoy, no sabríamos cómo comportarnos, nos volverían a expulsar…
Quizá sí haya alguna propiedad que buscamos todos para todos, dijo muy seria.
¿Cómo los mosqueteros?, pregunté risueño… En eso sonó su celular, ya la
esperaban en casa. Sin percatarnos había llegado la noche, así que nos fuimos
platicando, y mientras platicábamos la noche no fue tan fría.
Javel
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