La mayor parte
de la experiencia humana nos revela que el hombre es un ser notablemente
histórico. Cada día realiza acciones particulares que se distinguen de las
acciones realizadas un día después; una semana se diferencia aún más de otra;
si pensamos ya no en los meses, sino en los años, ningún año es igual al otro,
quizá apenas tengan algunos detalles en común. Si aceptáramos que la vida es un
todo que va uniendo las diversas etapas en la vida de un hombre, nos toparíamos
con la limitación de la muerte, pues la vida del hombre difícilmente sobrepasa
los 100 años, lo cual es muestra de que las generaciones van cambiando; el plan
que pudiera tener una persona cambia con su muerte. Pero los hombres pueden
unirse y organizar un plan de vida en conjunto, una manera de vivir en común;
piensan de qué manera les conviene vivir. Pueden heredar ese plan que
organizaron a sus hijos o sucesores, intentar explicarles para que entiendan en
qué consiste esa finalidad que ellos proyectaron o educarlos si es que la
planificación parte de principios complicados de entender. Por otro lado,
tenemos las costumbres, aquellos modos de comportarse en sociedad y en la vida
privada que los niños pequeños van adquiriendo mediante la imitación. ¿Podemos
aceptar que un mismo plan, una organización política, quede intacta en sus
fines aunque se sucedan decenas de generaciones?, ¿las finalidades de los
distintos regímenes que componen América son las mismas que cuando cada régimen
consolidó su independencia?, ¿no hemos cambiado pese a las revoluciones y a la
introducción en la economía global?, ¿el mundo, en general, no ha cambiado
después de los avances en la tecnología bélica (si es que no es un pleonasmo
juntar ambas palabras) desde la primera guerra mundial hasta acá? Visto así, el
hombre es esencialmente histórico; ser animal político es ser básicamente propiciador
de cambios políticos. Pero, pese a lo que nos parece el constante e
irrefrenable cambio en la historia, vemos que lo que propicia tanto cambio son
las finalidades humanas y las posibilidades de hacerlo, es decir, el origen
y el fin de la vida humana.
Si la ley es
ante todo lo que es mejor que haga el hombre en comunidad para la comunidad y
el hombre, debemos entender lo bueno para el hombre en la acción junto con la
posibilidad misma de la acción. Pretender lo imposible es propio de nuestros
tiempos y es la mejor muestra de lo errónea de la premisa; no podemos controlar
ni la naturaleza ni la fortuna. Derrotar al tiempo es una aspiración humana;
buscar la felicidad es un anhelo humano; la búsqueda por la buena vida es la
aspiración más natural en el hombre.
Fulladosa
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