Antes de que me alcance la tormenta
querré morir ahogado en mis secretos
oscuros, escondidos tras la puerta.
Llegará como llegan los discretos
invasores ostentosos de muerte
a las colinas bordeadas de abetos.
Será una brisa destructora y fuerte
magreando mi alma con el universo.
Será un campo minado con la suerte.
Quiero batirme en duelo con mi esfuerzo,
gritarle con su lengua que no sirve,
que no volvió mi mundo un mundo terso.
Mi lengua en la tormenta ya no vive,
no bebe del llover, sólo se ahoga
con la palabra suerte y con su esquive.
El mar bajo mi barco me interroga
—¿Es cierto que no vienes navegando
sino que buscas caerte de la proa?
Al mar lo contamino con mi llanto
y le respondo: no te obsequio mi ser,
pues no me lavas para hacerme santo.
Mis mil lágrimas no dejan de llover
al decir a la mar esa respuesta
mientras su marea no me deja caer.
Hasta para morir yerro la apuesta,
aposté a la tormenta poderosa
en vez de disfrutar mi última siesta.
Poco a poco se divisa la costa,
está llena de llamas por mi ausencia;
morir o no morir: la misma cosa.
La arena da alerta de mi presencia
y el fuego inextinguible se contiene,
dejando a la vista la decadencia.
La ceniza con la nube se cierne
y la lluvia ya no es agua, es fuego:
lluvia negra y roja, lluvia perenne.
El incendio es producto de mi ego
Incendiario de playas y ciudades,
las abandona ignorando su ruego.
Muerte deseo por las iniquidades
de la lluvia y del agua en la corriente:
bautiza de humildad y vanidades.
Camino y en el camino veo gente
negra y húmeda cual fogata
apagada por el fuego siempre.
Mi andar me ha alejado de la grata
y loca sensación de destruirme.
Mi muerte en el mar se siente harta.
No hay ninguna razón para rendirme
en el intento de perder la vida,
la vida es estar vivo y es morirse.
Así muerto por el agua homicida,
mi muerte será vista a carne abierta,
será la regia prueba que invalida
la mano asesina de la tormenta.
Talio
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