Presentación

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viernes, 14 de febrero de 2020

Mito

Por un camino sinuoso
caminaba la tristeza;
camino que niega el gozo,
el rencor y la sorpresa. 

Por ese mismo camino
caminaba la alegría;
caminaba como un signo
de esperanza y nuevo día. 

Sus miradas se cruzaron
como se cruzan las ramas;
al verse se desataron 
los aromas de las gramas.

Un saludo, una sonrisa,
dolor, un ceño fruncido:
señales de la ceniza
y también del fuego vivo. 

Mientras una mira al cielo,
la otra tuerce el corazón.
Una llora desconsuelo,
la otra exclama diversión. 

La tristeza dijo —¡Hola!—
La alegría le respondió.
Ambas ya no estaban solas,
estaban oliendo a flor. 

Con aroma de jardín
se tomaron de la mano,
sus ojos decían que sí,
un sí profundo y ufano. 

La tristeza era una niña,
la alegría lo era también.
¡Qué se amen dos femeninas
no parecía estar muy bien! 

De pronto pasó el coraje,
de la mano del temor,
venían de haber hecho un viaje
con su futuro: el amor. 

Creían que los masculinos
no podían estar unidos,
pero la unión de destino
no distingue de latidos. 

La alegría sintió tristeza
y la tristeza alegría.
Ambas sintieron la fuerza
que entre sí las convertía

una en otra y otra en una.
Eran una misma cosa
en manos de la fortuna:
una vereda preciosa. 

Nació de sus aventuras
el amor que se tenían.
El amor hace seguras
la tristeza y la alegría. 

No distingue ni conoce,
tampoco lo necesita,
hace que la vida goce
y que se sienta maldita. 

La tristeza y la alegría,
andan el mismo camino
de la mano de su cría:
el amor puro, más fino. 

El hijo que es amor puro
es un hijo engañoso,
pues se muestra igual de impuro
que aquel camino sinuoso. 

Glauco

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