Seguimos teniendo hijos
y en nuestros hijos seguimos
en el mundo otro ratito.
En nuestros hijos vivimos.
Y que nadie se autoengañe,
que no diga que ya es tarde
para poder ser buen padre.
La llama del mundo aún arde.
El mundo está más oscuro
que el color de lo nocturno
y en lo nocturno del mundo
nace el niño del futuro.
No importa que muera de hambre.
Tal vez aprenda a desear
algo que ahora no es deseable:
la pena antinatural.
Y que la guerra le estalle
en los ojos y en la boca
para que ande por la calle
sin visión y sin congoja.
Seguimos sintiendo amor
incauto e irresponsable,
y con ese amor en flor
que se marchite el estanque
de la vida venidera
y de la vida presente.
Esa es la ciega condena:
todo futuro trae muerte.
No tememos a la muerte,
la combatimos con hijos
que padecerán por siempre
lo mucho que nos quisimos.
No sabrán que es nuestra culpa
su sufrir y su desdicha;
nos amarán con locura
y gratitud de por vida.
¿De qué sirve lamentarse
por el dolor de los hijos
si siendo unos simples niños
no tendrán que desgraciarse?
Al crecer recordarán
esa inocente niñez
y risibles pensarán
que la vida es lo que es.
Y sí, la vida es así,
es un eterno sufrir.
Así vivimos aquí
y así habremos de vivir.
Por eso mientras podamos
sigamos teniendo hijos,
no importa si nos matamos,
ellos se quedarán vivos.
Glauco
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