Salgo a la calle y donde quiera que volteo
encuentro sólo sombras. De repente te veo
y las sombras se apagan, se oye el canto de Orfeo,
las estrellas y tus ojos inician un coqueteo.
Mis ojos son los testigos de aquella seducción.
Celosos se entrometen entre el cielo y tu visión,
pero pronto las estrellas cumplen la estipulación:
ellas van y te dicen lo que hay en mi corazón.
Tus ojos cortejados en la calle me miran.
Tus labios entreabiertos mientras inhalan suspiran,
le soplan a los dados y con anhelo los tiran,
convertidos en besos, los dados giran y giran.
Vertiginosos besos de savia cristalina,
entre giros y giros vistos a contraluz,
llenan labios y pieles de tanta diamantina
que se dice que juntos inventamos la luz.
Glauco
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