Muy pocas veces detesto
que me calle la prudencia,
es sólo cuando el deseo
de fuego y rabia me llena.
Quisiera hacer manifiesto
el terror de la condena,
que entre mis puños contengo,
y arrancar tu cabellera.
Lamento que ella te quiera,
en el fondo lo lamento,
porque si no te quisiera
me desharía de tu cuerpo.
Eres causa de su pena,
su tormenta del desierto,
un amor que la envenena
y la quieres ver muriendo.
Quiero ser injusto juez
para dictar tu condena;
quiero quemarte los pies,
que te ataquen mil abejas.
Siendo juez podría decir
lo que puedes merecer:
te merecerías morir
y nunca jamás volver.
Pero la rabia se apaga
junto a los malos deseos.
Sólo nos queda una yaga
cauterizada con fuego.
Espero que un día la espada
de Nuestro Señor eterno
te haga cambiar la mirada
y seas completo hombre bueno.
Glauco
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