Hay un eterno otoño en mi ventana
hablándome de amor y mala suerte,
la brisa del verano queda inerte
dejando sin moverse a la mañana.
Ya no hay amanecer en la membrana
y el corazón en tundra se convierte.
Ya no hay qué me defienda de la muerte:
ni fe ni caramelos ni obsidiana.
Dormido eternamente en el recuerdo,
despierto eternamente en el jamás,
te miro y entre más miro no estás,
te siento y entre más lo hago te pierdo.
Deshecho en mi ventana el cielo abierto
siento todo el desglose de lo muerto.
Glauco
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