por el mundo, por la vida,
deja en la senda una herida
que convierte lo lejano
en parte de un rito arcano.
En este rito se reza
por dominar la sorpresa,
con la voz del adivino
domar al fiero destino.
El hombre a morir empieza.
Con el paso de los pies
el tiempo somete al niño
a los dardos del cariño,
para volverlo después
retablo de la avidez.
Por eso el humano pasa
por el mundo. Hace su casa
basándose en una cruz
y aun así apaga la luz
que bajo el manto es escasa.
Glauco
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