Presentación

Presentación

jueves, 9 de marzo de 2017

¿Qué demonios son las reacciones químicas del cerebro?

Aquella mañana subí al transporte público, el reloj marcaba alrededor de las nueve de la mañana. Luego de haber elegido el lugar que ocuparía, segundos después se sentó a mi lado aquel joven. Decidí dirigir la mirada hacia la ventana, mostrándome indiferente ante la compañía del pasajero. No me había permitido tiempo para voltear a verle, mininamente para saludarle y, pedirle que tomara su distancia porque invadía mi lugar. De pronto escuché pronunciarle las siguientes palabras: ¿por qué siempre eres así Ana? Fracasas en tu intento de ser indiferente y, sólo atraes mi atención. Consideré que tal cuestionamiento y a la vez dicha afirmación no correspondían conmigo. Permanecí sin voltear, intenté convencerme de que quizá me confundía con alguien más. Pero su risa fue lo que me hizo verle. ¡Fantástico! Se trataba de uno de mis grandes amigos.
El trayecto se hizo más ameno con su presencia. Nuestra charla fue bastante interesante, platicamos de muchas cosas; entre ellas a lo que nos dedicamos. Me platicó que estudiaba el sexto semestre de psicología y, había elegido la línea de investigación de neuropsicología. Me explicó sus razones por las cuales había decidido estudiar aquella línea de investigación. Me contó cómo era la actividad cerebral, cuáles eran sus procesos químicos y cómo nuestro comportamiento daba cuenta de ello. Su explicación se resumía a que nuestras acciones son la reacción química que emana de nuestro cerebro.
Es decir, en tanto que somos afectivos debido a nuestra sensibilidad, estas cualidades son la prueba de las reacciones químicas que se llevan a cabo en  nuestro cerebro. De manera que al estar en contacto con el entorno, el cerebro reacciona conforme a las situaciones presentadas. En este sentido, toda afectividad es meramente una reacción química: no amamos, no odiamos, no hay bondad ni maldad. No tenemos alma, no somos pasionales, no tenemos esperanzas e ilusiones: simplemente somos reacciones químicas.
Me pareció tan entusiasmado y entregado a sus estudios que decidí interrumpirle diciéndole: te percibo muy entusiasta con tales temas ¿está bien dicho que te considere entusiasta o cuál es la reacción química para explicar tal comportamiento? Evadió mi pregunta con una sonrisa, supuse que no supo cómo responderme. Así que insistí animándome a preguntar por dos de los temas que más me apasionan y éstos son la risa y la posibilidad de la bondad o maldad en los hombres. Tenía muchas ganas de escuchar su opinión. Me evadió con ostentosas y pomposas explicaciones que, aniquilaron mi paciencia. Repliqué que no me contestaba y, que si seguía evadiéndome ello sólo demostraba que su química cerebral no reaccionaba correctamente y, por esa razón era incapaz de responder. Y de ser así, tendría que atender a dicha falla. Le hice ver que no podía seguir con esa incapacidad de comunicarse con los demás que es inaceptable andar dando monólogos, pues en el camino de la ciencia esto no se permite: siempre se tiene que responder.
Entonces me miró fijamente y se justificó diciendo que yo le ponía nervioso, pero pronto me daría una respuesta. Por ningún momento le creí que mi presencia le causara tal efecto. Entonces le sugerí que se dopara para la próxima vez que volviésemos a “platicar”. Quizá mi presencia es un tanto tóxica y, por ello le causo tal reacción. Aunque también le prometí que me trataría, pues pudiera ser que la que tendría que doparse sería yo, para poder lograr comunicarme con los demás. Él percibió mi sarcasmo y nuevamente se volvió a reír. Hasta ese momento no me había percatado de que la risa puede llegar a incomodar cuando es utilizada como distractor. Pero jamás me había incomodado tanto con tal gesto, pues siempre había apreciado la sonrisa en los demás. Pareciera que por esa razón le soporte durante todo el camino. Quizá no fue contemplación, tal vez se trató de una reacción química. En fin, tendré que esperar sus respuestas. 



lunes, 6 de marzo de 2017

Ley de los cuerpos

Ley de los cuerpos
El cuerpo nunca va a dejar de ser racional. Ni siquiera los detractores del materialismo, los que se obstinan en hablar en que el alma es la realidad del hombre. Porque, sobre todo, la oposición entre alma y cuerpo es una apreciación moderna de la vida, en una dialéctica que termina haciendo del alma más un sinónimo de lo inmaterial de la consciencia moral, y del cuerpo el tácito vencedor de todas las voluntades. Tendríamos que aceptar que en algún grado la verdad en torno a lo vivo se reduce a una dialéctica entre lo orgánico y la felicidad. El problema moderno, por todas partes insinuado vaga entre decidirse por la manera en que la materia pueda ser mejor gobernada. La oposición alma cuerpo nos persigue ahí hasta donde creemos que hay pruebas irrefutables de la verdad de la palabra alma.
El alma es lo vivo al grado de que nada puede decirse vivo sin ella. Ni un solo movimiento puede ser explicado sin ese principio inteligible y presente en nosotros y todo ente vivo. Las diferencias ontológicas no son de grado, pues entonces no serían ontológicas. No hay “mayor desarrollo” entre nosotros y los animales domésticos, sino que nos distinguimos en el ser. Hay diferencias que pueden ser comparadas sólo con el afán de entender lo que se ve. Porque entre ver y explicar lo que se ve está toda la diferencia que permite el conocimiento. Somos cosas distintas de otros seres vivos, pero no por ello dejamos de estarlo y, por ello, de compartir algo con ellos a través de las funciones vitales. La interpretación moderna de la semejanza del hombre con el Creador requiere que hagamos de la inteligencia el significado de dicha idea. Requiere que creamos que esa inteligencia residente en la materia sea lo definitivo del hombre. La razón moderna está basada en una interpretación religiosa, sin ser ella misma cristiana.
El alma no puede ser una abstracción sobre la evidencia de lo vivo. Lo cual quiere decir que el cuerpo es un nombre que se omite en dicha abstracción. El cuerpo es usado para referirse a la materialidad del ser en tanto identificación de una constitución orgánica. Si el alma se ve como alternativa, ha de ser en la lógica de que lo importante no es la materialidad. Lo vivo es materia y forma, no una de las dos. La materia no es cuerpo. Cuerpo es nombre que se la da la materialidad con una lógica determinada de unidad y partes que, según nosotros, está presente como una exterioridad de algo que funciona internamente. Pero la vida, sabemos, no la entendemos de un vistazo. Se nos escapa su significado y su importancia. Ni siquiera su carácter milagroso es asequible por imaginación cotidiana.

La semejanza del hombre con Dios lo distingue bíblicamente, es cierto. Pero no conocemos a Dios directamente. La semejanza es limitada, por eso no es igualdad. Dios no está vivo como los entes de la tierra, porque lo vivo no crea la vida, a lo mucho la engendra. El hombre genera hombres, y nada más. El fruto de las palabras es creación de una manera también indirecta. No hace el mundo de su palabra, sino que su palabra atiende al mundo relacionando, predicando, nombrando accidentes, siempre en torno al ser y lo que de él ve y siente. En esa apertura está también la vida, de donde brota la palabra. Una apertura vista hasta en el trabajo de los intestinos y el crecimiento de los miembros todos. Una vida que nunca podrá ser independiente de la creación, por ser creado con todo y semejanza. Racionalizar a Dios no es lo mismo que entender su obra e intentar conocerlo. Razón es palabra, voluntad, apertura, inteligencia, sentido práctico, vida con el ser y los semejantes. Se dice que la Ley es una razón en tanto por ella muestra cómo lo causal, el principio eterno. La ley humana rige una comunidad porque sin la justicia la vida humana decae. Por eso la virtud es el sentido de las comunidades justas, y no sólo la supervivencia, como en las modernas.


Tacitus

domingo, 5 de marzo de 2017

En la corriente



La corriente de la historia guía nuestros pasos. Incansables, caminamos por donde vemos que se camina. Nos acomodamos y desdeñamos posibles desacomodos y reacomodos. ¿Nuestro contexto es tan poderoso que empuja nuestra voluntad hacia donde quiere?, ¿vamos bebiendo vaso tras vaso de nuestra vida y no sabemos quién nos sirve? Tal vez podamos detenernos y mirar a nuestro alrededor, buscar dónde estamos parados, cómo hemos llegado ahí y qué camino es bueno seguir. 

¿Hay hombres que hacen la historia, hombres que participan en ella, y quienes sólo son guiados por ella? La primera idea nos remite comúnmente a aquellos héroes que debido a sus acciones glorificaron un país o lo mancharon y serán recordados, observados a lo lejos, admirados y repudiados. Los segundos son aquellos que apoyan a los anteriores. Y los terceros parecería que se encuentran entre los afectados, pero los que no pueden hacer nada ante los primeros dos tipos. Aunque, ¿la división es cierta?, ¿todos nos vemos movidos por las grandes figuras? No me refiero a un posible apoyo que podamos otorgarle a los personajes que consideremos que harán algún bien por el lugar donde vivimos, sino a que si sus acciones, por más alejados que queramos encontrarnos de la abundancia o de la explosión, nos afectarán en la toma de nuestras propias decisiones. Tal vez nuestra reflexión sí pueda estar libre de las influencias políticas; aunque para eso debamos de deshacernos de nuestros prejuicios.

Otra manera de explicar lo anterior es pensar en el ánimo que impera en la época. Uno de los dos filósofos del siglo XX decía que actualmente tenemos sensibilidad para que nos guste Dostoyevski, pero no para que nos guste Jane Austen. Nos gusta leer la podredumbre humana porque no creemos en la posibilidad de los caballeros; no distinguimos caballeros de burgueses. Nuestro ánimo nos avienta a seguir ideologías, a carcomer nuestra sensibilidad reflexiva. Sentimos que la filosofía es imposible. Caminamos en la noche del ser.

Fulladosa

viernes, 3 de marzo de 2017

A comentarios necios, oídos sordos

"Problema en el diálogo: aferrarse sin escuchar el comentatio del otro" fue lo que escribí esta mañana en mi cuaderno. Esto mientras un compañero nos mostraba su punto de vista sobre un tema, un tanto desviado, del que en realidad nos atañía. Tal vez sea muy tonta o (y) lenta. Tal vez no le entendí porque dejé de tomarlo en serio en cuanto empecé a desesperarme. Tal vez el chavo realmente estaba neceando. No lo sé, pero fuere como fuere la clase se detuvo y dio miles de vueltas sobre temas que ni siquiera los dialogantes tenían claros. Hablabamos de Prometeo encadenado y terminamos hablando de ciencia y leyes morales. Y, en realidad, no es que no quiera hablar sobre ciencia y ética, ni tampoco es sólo el que el compañero no me agrade del todo. Sinceramente me molesta que la clase se desvíe a temas que sólo interesan a una persona en particular, y más me fastidia si se nota que la persona necea, que no sabe lo que dice o si sólo quiere chingar. Esto no sólo pasó hoy, ha pasado varias veces, en varias clases, desde hace ya vario tiempo. ¿Por qué son así? De verdad, ¿no se dan cuenta de que fastidian a los compañeros con sus preguntas y argumentos perdidos y necios? Y es que en realidad éstas son las palabras que definen sus participaciones en clase y hasta sus preguntas en las conferencias a las que asistimos.
   Una vez le plantée este problema a una amiga y ella me dijo: "yo ya aprendí a cerrar mis oídos; cuando escucho que alguien empieza a necear, simplemente dejo de ponerle atención y me distraigo con otra cosa". Confieso que lo intento seguido, algunas veces lo he logrado pero en la mayoría fallo. Hoy, intentando cerrar mis oídos a la explicación que había escuchado tres veces en la última media hora, llegué a pensar: ¿por qué tenemos que escuchar algo que no es claro ni para el que lo dice, o que atiende al interés de uno sólo? No estoy de acuerdo, pero bueno, esto es aceptable en clases (o por lo menos así lo muestran los maestros). ¿Qué hago, someto a todos a mi voluntad?
La chica entre dos planos