Todos los días aguardo la salida del sol. Cuando no lo
veo, lo busco pacientemente y logro vislumbrarlo; en muy pocas veces se apodera
de mí la fría idea de no volver a verlo nunca más. Con la misma paciencia,
cuando era pequeño, esperaba a mis padres, todas las tardes, a que volvieran
del trabajo; nunca dudé de su regreso. Cuando los veía llegar me alegraba
muchísimo, al punto de no querer separarme de ellos. Mi padre, cuando ya se
había recuperado un poco de su cansancio, siempre me decía: “no importa lo que
pase, nunca eludas tu responsabilidades”. La palabra responsabilidad me causaba
sorpresa, casi asombro, pues no sabía dónde asentarla, con qué asociarla. Pensé
en la responsabilidad como el regreso a casa de mis padres, lo cual me permitió
relacionarla con la alegría de volver a verlos cada día.
Relacionarme con otras personas me ha permitido
solidificar el lejano consejo de mi padre, pues con cada amigo o conocido
encuentro algún tipo de responsabilidad, sea en situaciones donde se requiere
una adecuada intromisión mía o en una sencilla charla cuando las palabras,
usadas con pertinencia, pueden clarificar el ánimo. La escritura exige no
únicamente un uso adecuado, aproximativo a lo mejor, de las palabras, sino casi
perfecto. Una afirmación proveniente del fondo del estómago puede resultar
llamativa, pero fétida, falsa y tóxica. El discurso maloliente paulatinamente languidece
las almas de quienes lo huelen, provocándoles, en algunos casos, un extraño
cáncer. Al asqueroso escritor le da asco su público; no le importa su lector. Análogamente,
aquellos atrapados por las redes de la vida sensacional, es decir, quienes
dejan plantado a su lector, están menospreciándolo; es como si le dijeran: “espérame
más tiempo”, “hoy no puedo” o “no te mereces mi esfuerzo”. El lector atento,
aquel que aprecia lo que lee, ante tal situación, encuentra un motivo más para
decepcionarse.
La responsabilidad, adoptada por mis padres, de
trabajar y volver a casa para cuidar a sus hijos, no les pesaba, sentían la
misma alegría, que yo tenía al verlos, cuando me encontraban esperándolos.
Tomarme enserio mis amistades me ha dado muchas alegrías; ser responsable con
mis amigos me ha vuelto feliz. Espero, desconocido lector, te pueda causar un
poquito de alegría leer lo que con tanto gusto te escribí.
Fulladosa
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