Presentación

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miércoles, 17 de febrero de 2016

Compartiendo una taza de café

Antes de iniciar debo pedir una disculpa, querido lector. Tal vez lo siguiente no le interese por intrascendente, y en alguna medida puede serlo. Mi motivo para escribirlo es por tener anidado (¿o anudado?) este escrito dentro de mí. ¿O anécdota? Ayer me encontraba solo, nadie me acompañaba en mi mesa. En realidad había muy poca gente en el lugar (el cual era una especie cafetería). Sin embargo, a diferencia de mí, todos traían acompañante. Había personas que mínimo traían a otra, eran mesas con cuatro o dos hombres tratando de desayunar. Alcanza a ver que unos venían con bastante hambre, en sus platos se desbordaba la comida que parecía huir de la boca del comensal. Correr antes de que fuese tocado por la lengua. Algunos, con un apetito más modesto, sólo disfrutaban una taza de café, meneaban el azúcar en el líquido oscuro mientras escuchaban a la persona frente a ellos.

Di un sorbo a mi taza y me quemé. Tosí por un breve segundo y deje la vasija con cierta violencia. Disfruto del café muy caliente, pero en ocasiones es menester dejarlo reposar para poder beberlo. ¿Se encuentra bien? ¿Necesita que lo ayude con algo? Respondí a sus preguntas de manera amable y negativa, aunque agradecí mucho ese gesto. Sabía que era su trabajo realizarlas, saber si estaba bien el cliente, lo cual no demerita su pequeña acción. Qué mejor modo de ganar dinero atendiendo al otro. Incluso puede traslucirse en algunos meseros que realmente gozan lo que hacen, se satisfacen con la sonrisa del cliente. A diferencia de éstos, en ocasiones se puede encontrar gestos vacuos. Los gestos de cortesía han sido viciados por esta idea, muchas veces se realizan por cumplir un protocolo. Me imaginé, por ejemplo, una cena de etiqueta donde el imperativo se basa en estos gestos o preguntas. ¿Qué me cuentas? ¿Qué dice el trabajo? Muy parecido al interés genuino, uno sigue el protocolo en saber y preguntar por el otro invitado. Se llega al grado de brindar abrazos fríos donde el instante se apresura a borrarse. Generalmente en esto puede relucir la clase con la que uno vive, a los ojos de otros invitados parece más civilizado quien tiene estos gestos. Una urbanidad nada social.

Mi café llegó a su calor necesario, por fin pude saborearlo. Sumergí mis labios y sentí ese calor reconfortante, suficientemente cálido para ya no quemarme. Ahora entraba en cierta sintonía con el resto de quienes comían en el lugar. Ellos y yo nos parecíamos en que disfrutábamos nuestra estancia, aunque seguíamos siendo distintos y desconocidos. Una diferencia se mantenía haciendo presente, otra vez, ellos tenían compañía. Se veía las diferentes razones para las reuniones, unos iban a concretar un negocio, otros tenían motivos menos formales o remunerativos. A pesar de que todos se encontraban en una conversación, no todas las pláticas eran iguales. Esto pude evidenciarlo también al recordar una que otra conversación que tuve. El ánimo en aquel momento, lo que se hablaba e incluso el mismo curso de la conversación eran elementos que intervenían en cada experiencia. Sin embargo recuerdo con entusiasmo y cariño varias conversaciones que me llevaron a destinos inesperados. Unas, por ejemplo, me sorprendían por hacerme pensar mucho, por haber el intento mostrarme algo y lograr hacerlo. El sitio no era muy relevante, algunas de este tipo se dio en modestas cafeterías, bajo una tenue luz compartíamos palabras, nos escuchábamos y dilucidamos ciertas ideas. Otras eran de un tono con mayor privacidad, unas donde a veces revelábamos algunas dolencias y tratábamos de aliviarnos mediante la conversación. Eran experiencias conjuntas que ahora agradecía haber tenido. 

Estoy a punto de terminarme mi taza de café. La mesera me ofrece otra, pero yo me niego. Es momento de pagar, por ende pido la cuenta de lo único que consumí. Alcanzó a notar que sobre una mesa cercana está un periodiquillo farandulero, en la parte superior se hallan unas letras chillantes que dicen Basta. En la portada viene la fotografía de una mujer con una risita pícara, desconozco si el mismo periódico la tomó. Debajo del retrato viene una declaración dirigida a su anterior novio (quien curiosamente era candidato a gobernador), lo tacha de compulsivo y perverso al destapar algunas indiscreciones de la recámara. Se hizo un gran tiraje hacia el mundo para que nos enteremos lo que sucedía detrás de la puerta. El periódico nacional publica una cuestión personal, misma que fue usada por la mujer seguramente como venganza personal contra su pareja previa. Ahora nosotros, el público, nos hemos involucrado en eso, sin saber qué hacer con la información. Pienso que esta situación ocurre a menudo con los medios nacionales, a veces con menos o más amarillismo. Nuestros escritos públicos provocan estallidos que sólo alimentan la afición por espectáculo, en raras ocasiones sirven para la discusión en la plaza. Los escritos pueden hallarse en medios impresos, televisivos o digitales. No tuve acompañante ese día, pero contarte esto a ti, lector, al menos ayudó a aclararme esa mañana. 

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