La
engañosa cuestión del tiempo muerto
Me he visto en la perplejidad
de no saber responder por lo que el significa el ocio. Sólo he logrado observar
que gracias a las oportunidades que trae consigo es posible caer en tal
perplejidad y en otras parecidas. La perplejidad estuvo acompañada de una
zozobra ya recurrente. Era la incomodidad de no saber cómo aprovecharlo. Me di
cuenta de que se volvía incómodo porque no sabía diferenciar a la perfección
entre ocio y “tiempo libre”. Tal vez la distinción parezca superficial, pero
creo que el utilizar un monosílabo y una designación compuesta no nos permite
entregarnos cómodamente a hundirnos en esa apariencia.
La mayor parte de nosotros cree
que disponer de nuestro tiempo es para lo que trabajamos. Por eso, tener
“tiempos libres” del yugo de las ocupaciones ya perfila el modo en que
contemplamos nuestra vida y el modo en que nos ocupamos. Si no consideráramos
que el trabajo es un estorbo, no diríamos que tenemos tiempos libres de él. Lo
curioso es que hay extrañas coincidencias en que se cruzan los caminos del
trabajo con el ocio. Una de esas coincidencias se da en la escritura. De hecho,
creo que esos caminos están tan inevitablemente entrelazados por nuestra
naturaleza, que resulta difícil explicar la una sin recurrir a la otra.
El ocio no puede ser
inactividad: un comatoso no puede gozar de él, porque ni siquiera está
consciente para poder distinguirlo, está en un reposo que seguramente
contravendría a su voluntad. Un holgazán o un desobligado son tales por no
saber obrar adecuadamente, por no querer o por no desear hacer gran cosa
mientras permanecen en su ligera libertad, no sólo porque no quieran trabajar. He
ahí un impedimento: el ocio no es una oposición necesaria al trabajo, por lo
cual tendríamos que ver que el trabajo, nombrado abstractamente, no es tal cual
la actividad más digna; hay malos trabajos, como el de los políticos modernos.
La vida moderna no sabe del
todo dónde acomodar ni afrentar el ocio. En realidad, cree que tiene fácil la
respuesta: el ser del hombre consiste en su trabajo, el tiempo muerto es para
las diversiones nimias. No perdamos de vista que el ocio es menospreciado
siempre con miras a las bondades de la autoproducción, del negocio y la
empresa. Pero es ahí en donde podemos aplicar nuestra pequeña reflexión del
párrafo anterior. Si el ocio no es inactividad, quiere decir que es una de
nuestras potencias. No es la posibilidad de no hacer nada; es la posibilidad de
no estar atado a las exigencias cotidianas. Que ellas sean exigencias, no
obstante, no quiere decir que sean malas: por eso el ocio no es una vacación
prolongada. Si se decía que el ocio era necesario para un político de la época
antigua y para el contemplador, era porque ellos requerían que sus facultades no
se dedicaran a otra cosa que a mantenerse en el bien que buscaban.
Según se cuenta, Sócrates era
albañil. Lo que hacía para mantener a su familia, lo cual jamás nos es contado
en los diálogos, no era precisamente su actividad más destacada. Jamás se nos permite
pensar que, por ser pobre, no le quedara de otra que pensar para aliviar su
situación, ni mucho menos que fuera infeliz trabajando. El ocio se daba al
tiempo que conversaba con los demás, actividad ésta que no pasó desapercibida
en absoluto. Aparte de su trabajo, Sócrates platicaba sobre las cuestiones que
atañían al corazón de su ciudad –en realidad, discurría sobre lo que sería
propio de toda ciudad que quiera llamarse tal. Si dedicarse a platicar y a
interrogar sobre las cuestiones con las que incomodaba a sus interlocutores era
una pérdida de tiempo debe resolverlo el lector de las obras platónicas. Pero
es evidente que no se puede decir que Sócrates no hiciera nada.
Cuando uno quiere poner
atención a la ironía socrática, ese aspecto no puede pasar desapercibido. La
cuestión de su actividad y el ocio, al ser contrapuesta con nuestros dogmas
sobre la autoproducción como modo de vida (el negocio, la satisfacción
personal, la administración de la personalidad) deja entrever qué tan
dispuestos estamos a resolver si su actividad (así le llamo a su vagancia en la
plaza) era pertinente. No quiero resaltar lo poco que apreciamos la filosofía.
Quiero apreciar lo complicado que nos resulta que el ocio sea distinguido en
una indagación por la justicia y el saber, como lo hacía el pensador ateniense.
La pregunta importante, pues, se reduce a la utilidad del pensamiento
socrático, dado dentro de la ciudad, en el ocio que es actividad propia. La
utilidad es una cuestión aledaña al trabajo y al ocio, pues decimos repetidamente
que el ocioso es un inútil. Frente a la utilidad, el amor a la verdad. Es
Sócrates quien plantea de manera más radical dicha cuestión. En su búsqueda, se
ilumina que el trabajo más digno no tiene pretexto de escasez de tiempo.
Tacitus
No hay comentarios:
Publicar un comentario