Presentación

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lunes, 7 de marzo de 2016

La engañosa cuestión del tiempo muerto

La engañosa cuestión del tiempo muerto

Me he visto en la perplejidad de no saber responder por lo que el significa el ocio. Sólo he logrado observar que gracias a las oportunidades que trae consigo es posible caer en tal perplejidad y en otras parecidas. La perplejidad estuvo acompañada de una zozobra ya recurrente. Era la incomodidad de no saber cómo aprovecharlo. Me di cuenta de que se volvía incómodo porque no sabía diferenciar a la perfección entre ocio y “tiempo libre”. Tal vez la distinción parezca superficial, pero creo que el utilizar un monosílabo y una designación compuesta no nos permite entregarnos cómodamente a hundirnos en esa apariencia.
La mayor parte de nosotros cree que disponer de nuestro tiempo es para lo que trabajamos. Por eso, tener “tiempos libres” del yugo de las ocupaciones ya perfila el modo en que contemplamos nuestra vida y el modo en que nos ocupamos. Si no consideráramos que el trabajo es un estorbo, no diríamos que tenemos tiempos libres de él. Lo curioso es que hay extrañas coincidencias en que se cruzan los caminos del trabajo con el ocio. Una de esas coincidencias se da en la escritura. De hecho, creo que esos caminos están tan inevitablemente entrelazados por nuestra naturaleza, que resulta difícil explicar la una sin recurrir a la otra.
El ocio no puede ser inactividad: un comatoso no puede gozar de él, porque ni siquiera está consciente para poder distinguirlo, está en un reposo que seguramente contravendría a su voluntad. Un holgazán o un desobligado son tales por no saber obrar adecuadamente, por no querer o por no desear hacer gran cosa mientras permanecen en su ligera libertad, no sólo porque no quieran trabajar. He ahí un impedimento: el ocio no es una oposición necesaria al trabajo, por lo cual tendríamos que ver que el trabajo, nombrado abstractamente, no es tal cual la actividad más digna; hay malos trabajos, como el de los políticos modernos.
La vida moderna no sabe del todo dónde acomodar ni afrentar el ocio. En realidad, cree que tiene fácil la respuesta: el ser del hombre consiste en su trabajo, el tiempo muerto es para las diversiones nimias. No perdamos de vista que el ocio es menospreciado siempre con miras a las bondades de la autoproducción, del negocio y la empresa. Pero es ahí en donde podemos aplicar nuestra pequeña reflexión del párrafo anterior. Si el ocio no es inactividad, quiere decir que es una de nuestras potencias. No es la posibilidad de no hacer nada; es la posibilidad de no estar atado a las exigencias cotidianas. Que ellas sean exigencias, no obstante, no quiere decir que sean malas: por eso el ocio no es una vacación prolongada. Si se decía que el ocio era necesario para un político de la época antigua y para el contemplador, era porque ellos requerían que sus facultades no se dedicaran a otra cosa que a mantenerse en el bien que buscaban.
Según se cuenta, Sócrates era albañil. Lo que hacía para mantener a su familia, lo cual jamás nos es contado en los diálogos, no era precisamente su actividad más destacada. Jamás se nos permite pensar que, por ser pobre, no le quedara de otra que pensar para aliviar su situación, ni mucho menos que fuera infeliz trabajando. El ocio se daba al tiempo que conversaba con los demás, actividad ésta que no pasó desapercibida en absoluto. Aparte de su trabajo, Sócrates platicaba sobre las cuestiones que atañían al corazón de su ciudad –en realidad, discurría sobre lo que sería propio de toda ciudad que quiera llamarse tal. Si dedicarse a platicar y a interrogar sobre las cuestiones con las que incomodaba a sus interlocutores era una pérdida de tiempo debe resolverlo el lector de las obras platónicas. Pero es evidente que no se puede decir que Sócrates no hiciera nada.

Cuando uno quiere poner atención a la ironía socrática, ese aspecto no puede pasar desapercibido. La cuestión de su actividad y el ocio, al ser contrapuesta con nuestros dogmas sobre la autoproducción como modo de vida (el negocio, la satisfacción personal, la administración de la personalidad) deja entrever qué tan dispuestos estamos a resolver si su actividad (así le llamo a su vagancia en la plaza) era pertinente. No quiero resaltar lo poco que apreciamos la filosofía. Quiero apreciar lo complicado que nos resulta que el ocio sea distinguido en una indagación por la justicia y el saber, como lo hacía el pensador ateniense. La pregunta importante, pues, se reduce a la utilidad del pensamiento socrático, dado dentro de la ciudad, en el ocio que es actividad propia. La utilidad es una cuestión aledaña al trabajo y al ocio, pues decimos repetidamente que el ocioso es un inútil. Frente a la utilidad, el amor a la verdad. Es Sócrates quien plantea de manera más radical dicha cuestión. En su búsqueda, se ilumina que el trabajo más digno no tiene pretexto de escasez de tiempo.


Tacitus

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