Presentación

Silencios
martes, 10 de mayo de 2016
Bocanadas de Ciudad
Larga caminata silenciosa.
(mi madre nunca tiene mucho que decir.
Hay comida y un par de besos, cincuenta pesos,
Y un par de te quieros; así es mi madre.
Como cualquier mujer; como una típica lagunillera)
La cabeza no tiene mucho que decir en estos días.
Todas son palabras ajenas y respiros que no me pertenecen.
Las axilas como cataratas,
y las sienes como ramajes de árbol,
la frente como espejo
y los espejos devorando identidades.
Cuan vieja es esa vecindad sin puerta, cubierta de sombras;
enredada con sangre, y guarecida por el miedo.
Viejos cabarets y cantinas con repisas repletas de hombres.
Un puente a mi lado, que es en realidad un portal a otro mundo.
La respiración es la misma.
Los pies se funden con la banqueta y la banqueta con el cielo.
Y el astro de la suerte en el culo del águila, ahí sudando.
La escuela sin peleas, y la esquina sin ladrones.
La ética del sol.
Una panadería rosa es la guarida de una mujer.
No había Rap en el Bombay.
Las botas Pakoy no tenían dueño; eran sólo piel deformada por el calor.
En una esquina, un anciano se retuerce en su panal
Y en la contra esquina, el palacio de Bellas Artes es la estrella.
Es una estrella que nos impacta con su luz,
Sin saber que realmente ha muerto
Y ha dejado toda la podredumbre detrás
donde el turista no pueda echar una oteada
que lo ponga en primera clase con su cámara repleta de tanto Folclor.
La anciana muere detrás del banco nacional y el jazzista improvisa frente a la librería.
La galería de arte vacía pero repleta, satisfecha, glotona y soberbia.
El MUNAL, desparramado en sus aposentos, es sólo una bestia tristona
que sirve de pantalla verde para una fotografía
de la fotografía de la vanidad.
En el pasaje los libros están sudando.
Todo es más caro, menos la vista, y la sombra.
A lo lejos el Jazz
y adelante el acordeón y las monedas triperas en una jícara,
marcando el paso de los “hombres” de mundo;
con traje sastre, ciegos y sin bastón
para empujar a la pobreza con las propias manos.
El bullicio entre Madero, Cárdenas y Juárez;
los tres quieren tirarse a la Condesa
y dejar atrás al triste 5 de mayo
que sin Tacuba se muere de soledad.
Los gritos de los productos que no sabía ni que existían,
los libros nuevos en el puesto de revistas
y los rostros diversos que hay hasta en las paredes.
Llego a la librería, me llevo a Conrad,
(Cada uno en su selva)
camino al palacio y entro al metro bajo un sol menguante que ya no asfixia,
ahora abraza y acaricia con ternura al árbol perene
que no se cansa de jugar.
Ya dentro,
una manifestación me regala un viaje gratis;
en el vagón un ciego cristiano se pelea con un hombre católico,
y yo hojeo el libro,
pero pendiente de ese pequeño cubículo de vida,
que suda, y se enfada, y cacarea, y grita, y duerme
y no son pero son todos y llega la luz de Tlalpan
y los chabacanenses se trepan y se desamarran
y las venas subterráneas se hinchan,
y las arterias externas se congestionan,
ya cuando llego a mi estación hay un bloqueo vehicular
y tengo todo Tlalpan para caminar,
veo a una niña tirada a media calzada jugando a la libertad
mientras su madre come una quesadilla frente a una farmacia.
Con los pies molidos y el corazón apretado por tantas emociones;
tomo una hoja y me echo a dormir.
¿Qué voy a escribir?, si ya todo lo bello está dicho.
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